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| Esta divertidísima escenificación de brutalidad desencadenada, trasluce sin disimulo un arquetipo con consonancias wagnerianas: el de bárbaros poetizados como bestias de rapiña quienes, parafraseando a Nietzsche, dejan tras de sí "una serie abominable de asesinatos, incendios, violaciones y torturas con igual petulancia y tranquilidad de espíritu que si lo único hecho por ellas fuera una travesura estudiantil ... la magnífica bestia rubia, sedienta de presa y de victoria...loca, absurda, repentina ... que de tanto en tanto necesita desahogarse", [Friedrich. Nietzsche, "Genealogía de la moral" [I, § 11]. Como previsible, al final de esta aventura, Julio César [el mundo civilizado], se retira a regañadientes, humillado. La increíble dimensión contra-fáctica disimulada por la parodia, se pone brutalmente de relieve si imaginamos a nuestros lejanos descendientes en el año 4009, descostillándose de risa con historietas donde los celebrados héroes no fueren otros que terroristas afganos quienes, a la vez drogados y asistidos por misteriosas fuerzas místico-religiosas, hacen saltar por los aires los puestos avanzados de combate de la OTAN. A buen entendedor... Patoruzú, igualmente tosco pero de espíritu mucho menos gregario, sobrevive en reediciones y en los círculos selectos de nostálgicos y coleccionistas, cuya durabilidad, es cierto, se ve prolongada gracias a la emergencia de Internet. Sectores muy diferentes entre sí lo reivindicaron como ícono: voluntarios anglo-argentinos que se enrolaron como pilotos durante la segunda guerra mundial para combatir al horror nazi, habrían pintado al indio en las narices de sus aviones. Con posterioridad fue utilizado por el infame "proceso de reorganización nacional" como mascota del mundial de Fútbol de 1978. Y en una aparición reciente, esta vez al lado de Mafalda y Clemente por la "Juventud Peronista", increpaba a los Simpson que habían osado calificar de dictador a Perón en una emisión. Pero el auténtico cacique Patoruzú acalló ya sus estridentes "huijas" y "canejos" y se adentra de más en más en el sendero sin curvas del recuerdo. El destino de Asterix, Obelix y de los valerosos aldeanos armoricanos es en todo diferente: deberán proseguir indefinidamente, en color y trazo, su resistencia a la conquista romana. Uderzo, titular actual de los derechos sobre la saga, autorizó en efecto la continuación de la publicación de nuevos episodios para luego de su muerte. La gesta contaría en ese futuro con el apoyo logístico y dirección atenta del gigante editorial "Hachete Livres", multinacional francesa del grupo Lagardère. Sucede que los personajes, concebidos por sus creadores originariamente sólo para Francia, se volvieron inexplicablemente planetarios: en su medio siglo de vida se vendieron 325 millones de ejemplares en todo el mundo. ¿Dónde buscar la clave del éxito? ¿En su grafismo? ¿En su marketing? ¿O en resortes más esotéricos, tales como la oferta de identidades ficcionales o la deconstrucción humorística y reprogramación de la memoria colectiva? Quizás otra pista sea el innato reflejo humano de resistencia a la opresión, cualquiera sea el lado de donde provenga, cualquiera sea el son de los violines o la brutalidad del opresor. En la Francia de hoy, que atraviesa una de sus más ostensibles crisis de identidad, casi al borde de una crisis institucional, el medio siglo de la saga se celebra literalmente con bombos y platillos: conciertos, eventos musicales, visitas temáticas, todas en compañía de los pequeños héroes de fantasía ocurre a lo ancho y a lo largo del Hexágono. En museo de Cluny, en el corazón de París una exposición se les consagra hasta enero del 2010. Las aventuras de Asterix se tradujeron más de 100 lenguas contemporáneas y, colmo de la paradoja, la totalidad de sus álbumes son también regularmente traducidos y distribuidos...en latín clásico, la lengua del aborrecido imperio. ¿Para poder decir vini, vidi, vinci?
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