La"Conjetura Fulcanelli"
y el Fin de los Tiempos
Por Artemio Gris
[SEPA] El Misterio de las Catedrales” es un libro tan enigmático como su autor, cuya verdadera identidad ha quedado oculta desde que se dieron a luz sus dos obras monumentales, una de ellas, “El Misterio de las Catedrales” y la otra “Las Moradas Filosofales”. Una tercera obra del misterioso Fulcanelli (pues ése es el pseudónimo utilizado por el esquivo autor del que hablamos) cuyo título, lo había anticipado él mismo: “Finis Gloriae Mundi” o “El fin de la gloria del mundo” por su traducción al idioma español, es muy controvertida, pues aparecieron algunas versiones, probablemente, apócrifas a mediados del siglo XX.
Esta tríada es considerada el legado más importante de la ciencia alquímica. Sin embargo, última obra de Fulcanelli nunca fue realmente reconocida al menos hasta 1.999. Sus discípulos (el escritor Eugenio Canseliet y el ilustrador de la primera versión de “El Misterio…”, el dibujante Jean Champagne ni ningún otro que afirme haberlo conocido como el científico francés Jacques Bergier (ingeniero químico, espía, periodista, alquimista y escritor francés), co-autor conjuntamente con Louis Powells del icónico libro “El Retorno de los Brujos”; han reconocido como verdadera ninguna obra que con ese título haya circulado a mediados del siglo XX, aunque sí reconocieron de su existencia y de la renuencia de su maestro por publicarla.
Muchas de las falsificaciones del libro anónimo titulado “Finis Gloriae Mundi”, que se atribuyeron a Fulcanelli distan mucho del elegante y refinado estilo de las primeras obras. En 1999 apareció otra versión con el mismo título presentada por Jacques d’ Ares Presidente de honor del Centro Europeo de Mitos y Leyendas y que aquí compartimos y que él mismo reconoce escrita con cierta urgencia. Queda, en el lector erudito, la posibilidad de evaluar este breve manuscrito compartido -según el propio d’Arés aclara en su introducción, por medios informáticos.
En todo caso “Finis Gloriae Mundi” aún podría integrar ese grupo de libros imposibles que los adeptos buscan sin que nadie lo haya descubierto aún, siguiendo la suerte de otros libros ilustres e inasibles como el tan mentado “De Tribus Impostoribus” o el archinombrado y nunca leído “Necronomicón” o si se quiere “El Murmullo de los insectos por la noche”.
Pero la pregunta sobre ¿Quién es Fulcanelli?, sigue sin respuesta. Hasta la fecha no se ha logrado averiguarlo y todo intento de contestar esta pregunta se redujo a meras conjeturas sin sustento sólido. Sólo se puede tener una idea de su personalidad, a través de sus dos obras, en las que sostenía que, las catedrales góticas (como las de Notre Dame de París y Chartres) y los grandes castillos medievales habían sido construidos, siguiendo un orden secreto instituido por grandes maestros alquimistas. Es evidente que Fulcanelli tenía un gran conocimiento del arte oculto y siguió un exhaustivo rigor formal en el desarrollo de sus libros para exponer su tesis: que los monumentales templos cristianos contenían los símbolos correspondientes al código alquímico secreto, que sólo los iniciados podían descifrar. En otras palabras, estas iglesias y algunos castillos medievales, constituían un casi indescifrable lenguaje críptico de piedra; cuyos caracteres están, aún a la vista de todos, preservados de la curiosidad profana.
En 1918, la sociedad parisina asistía al fin de la Belle Époque, luego de terminada la cruenta primera guerra mundial que se llevó consigo una generación de jóvenes europeos provocando una crisis económica que se agudizaría una década después; a lo que se suma la pandemia de la llamada gripe española que a los millones de muertos por la guerra agregó casi 20 millones de muertos más en pocos meses. El desasosiego y la decadencia moral que provocaron de estas tragedias, hicieron que proliferaban los grupúsculos esotéricos, pletóricos de charlatanería y de las más absurdas conjeturas para explicar los misterios de la vida.
En esta atmósfera fue en la que vivieron el joven bohemio Eugène Canseliet y Jean-Julien Champagne, un maduro y juerguista pintor, con quien compartía la pasión del ocultismo. Ellos fueron los portavoces de las enseñanzas de un viejo maestro alquimista que vivía oculto en París sin querer ver ni recibir a nadie y el único contacto que mantenía con el mundo eran ellos, aunque nadie supo dónde ni cuándo se reunían con el maestro.
Jean Julien Champagne nació el 23 de enero de 1877 y murió en 1932. Se interesó por la pintura desde una edad temprana y comenzó sus estudios alquímicos a la edad de dieciséis años e 1894. En 1916 conoció a Eugene Canseliet (1899-1982), que entonces tenía diecisiete años y fue su alumno en pintura y con el tiempo esa amistad perduró, unidos por la pasión alquímica que compartieron y por la amistad que a su vez tuvieron con el ocultista Fulcanelli. Unos años después, en 1925, Champagne y Canseliet vivieron en el mismo edificio en París (59 rue Rochechouart) en sendas habitaciones en el ático del sexto piso.
Durante este período, Champagne estableció una sociedad secreta conocida como “Freres d'Heliopolis” (los hijos de Heliópolis) a quienes se Fulcanelli dedicó sus dos obras conocidas. Este grupo, sin embargo, estaba integrado, además de Champagne y Canseliet, por Gaston Sauvage un misterioso personaje que habría nacido en 1897 y fallecido en 1968, autor de dos libros publicados tempranamente a sus 19 años: [L' Allemagne historique, intelectual, morale, en colaboración con Georges Fouad (Jouve), y Francia y Alemania: Las dos agriculturas, un trabajo autoeditado)] y a Jules Boucher (1902-1955), escritor, ocultista, alquimista y masón grado 33, autor de un libro “El Simbolismo masón” (1948) |
¿Qué dice Wikipedia?
Jacques Bergier
Eugene Canseliet
Fulcanelli
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En una época poblada de misterios y conspiraciones, políticamente inestable, en la que se estaba germinando la mayor tragedia que la humanidad sufriría unos años después (la segunda guerra mundial), lo esotérico ganaba las mentes de los jóvenes al mismo tiempo que se estaban produciendo en física y matemática los mayores logros de todos los tiempos; pues estaba en boga la teoría de la relatividad propuesta por Albert Einstein, las teorías cuánticas cultivadas por varios físicos de renombre como Niels Bohr, las teorías que culminarían con la bomba atómica, etc., etc., etc.. La literatura no era ajena a ese paradigma cultural y surgían obras extrañas y bellamente simbólicas como “El Golem” de Gustav Meinrick, “El Pueblo Blanco” de Arthur Machen o las extrañas fantasías de Howard Phillips Lovecraft y sus “Mitos de Cthulhu”. También se ponían en boga mitos populares, delirantes y apócrifos (aunque raramente inquietantes) heredados del siglo XIX que referían conspiraciones hechas en secretos sínodos en el cementerio de Praga.
En este contexto, aparece (o reaparece) un alquimista llamado Fulcanelli, lo que no desentonaba con la época y desde su mismo nombre -síntesis cabalística de Vulcano y Helios- generaba un halo de misterio. Según quienes dicen haberlo conocido, entre ellos, su prologuista Eugenio Canseliet, habría nacido en 1839 y fue visto nuevamente en 1950 a sus 110 años con un aspecto atemporal como si el tiempo no hubiera transcurrido para él. Le adjudican por ello haber encontrado la forma de obtener la “Piedra Filosofal”, fuente de oro y de la eterna juventud. |
Sin perjuicio de que esta afirmación de Canseliet podría ser considerada una fabulación literaria para promocionar la obra de Fulcanelli editada por él y su amigo Champagne; existen otros testimonios, como el del Ingeniero químico Jacques Bergier (1912-1978), quien también afirmó haberse encontrado con Fulcanelli.
Lo cierto es que adjudicaron la identidad del misterioso alquimista a numerosas personas, empezando por los amigos Eugenio Canseliet y Jean Julien Champagne, al astrónomo Camile Flammarión, al fundador de la Escuela Teosófica René Adolphe Schwaller de Lubicz, al físico francés Jules Violle, al mítico Conde de Saint Germain y al mismísimo Nicolas Flamel. Una de las últimas teorías es que Fulcanelli en realidad sería una sociedad secreta antiquísima cuyos miembros se van renovando por siglos y que, a la muerte de alguno de ellos ingresa otro que lo sustituye, al que fueron preparando por años sin que el adepto lo sepa hasta que llega el momento de su iniciación.
La sociedad ¿fundada? por Fulcanelli -según el prologuista de su primer libro y el ilustrador- es a quien el alquimista dedica sus obras. Esta sociedad se conoció como los “Hijos de Heliópolis”. Heliópolis fue una ciudad del antiguo Egipto ubicada al oeste del Nilo y cuyos orígenes son anteriores al año 3000 antes de Cristo. Era una ciudad dedicada al culto solar que fue visitada por Pitágoras, Platón, Solón y Eudoxo de Cnido, que fueron iniciados en el culto de la ciudad por los sacerdotes de Heliópolis. La ciudad fue invadida por griegos, persas y romanos y los custodios de sus tradiciones se refugiaron en Alejandría. Curiosamente, los primitivos habitantes que quedaron, los coptos, adscribieron al cristianismo primitivo (también considerado un culto solar por los estudiosos de la tradición ocultista) y tuvieron un destino de muerte y persecución. El idioma copto es una derivación del demótico y los coptos son considerados los verdaderos descendientes de los egipcios y los primeros en adoptar al cristianismo primitivo.
Los coptos -muchos siglos después- habrían transmitido a algunos peregrinos sus secretos y éstos los habrían resguardado hasta llegar a su destino final, Jerusalén. Los templarios (Orden de los Pobres Conmilitones de Cristo y el Templo de Salomón) conocidos como también como la Orden del Temple, de ellos estamos hablando, tenían un extraño símbolo en sus tumbas formado por las letras “IHS”. En principio se dijo que ellas representan la abreviatura del nombre de Jesús (Ihesua: en el hebreo no se usan las vocales). Este monograma encuentra su origen cristiano en Bernardo de Claraval, reformador de la rama benedictina del Císter y fue heredado luego por los Templarios. Cuando el Papa Clemente V en connivencia con el Rey de Francia Felipe IV llamado “El Hermoso” en 1324 persigue, excomulga y condena a los Templarios ordenando la disolución de la cofradía y quemando en la hoguera a su último Gran Maestre Jacques de Molay, el signo adoptado por los templarios [IHS] fue heredado más de dos siglos después, por la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola en el año 1541.
Ahora bien; ¿Qué tenían que ver los coptos, que habrían sobrevivido desde su exilio en Alejandría, encubiertos bajo la norma del cristianismo primitivo con la tradición Templaria? La doctrina secreta de los templarios transmitida por los coptos y que algunos acusan de pagana, se habría perdido desde su disolución. Se barajan las siguientes conjeturas de fuentes dudosas: se sostiene que un grupo de templarios se refugió en el reino de Escocia, protegidos por una cofradía de albañiles constructores y que la habrían plasmado en un lenguaje de piedra en las catedrales medievales. Otros dicen que la Compañía de Jesús (que también en su momento fue perseguida por la propia iglesia), no es más que otra rama sobreviviente de la tradición secreta Templaria.
Para los Coptos el emblema “IHS”, como cristianos primitivos representa el nombre de Jesús, pero como egipcios portadores de la antigua tradición secreta de sus ancestrales sacerdotes resume las iniciales de tres de sus deidades paganas Isis, Horus y Seth. Para algunos estudiosos existen similitudes entre la historia de Horus y Jesús (ambos nacidos de una madre virgen, bautizados en un río por quien luego fue decapitado, ambos tentados en el desierto, ambos caminaron sobre las aguas y realizaron milagros, ambos resucitaron a un muerto (Lázaro por Jesús y Azar por Horus), ambos fueron crucificados y tenían doce discípulos. Algunos eruditos cristianos afirman que ello es una falsificación histórica o una interpretación forzada de diferentes versiones del libro de los muertos.
Finalmente y volviendo al misterioso Fulcanelli, el alquimista traduce en el siglo XX el simbolismo de las piedras de los templos y para quienes están preparados para interpretar sus palabras (eruditas y tan simbólicas como las piedras mismas) profetiza la reunión de los fráteres eclesiales y seculares del antiguo culto encriptado en el seno de la iglesia y divididos con la caída del Temple. Lo que no se sabe, aunque algunos lo intuyen, es si esa reunión no formaría parte de otra profecía que anuncia la llegada de una era presidida por un oscuro y falso mesías, anunciado por quien fuera el más querido discípulo de Jesús en el libro de las revelaciones (Artemio Gris)
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