El Ceremonial
Por Howard Phillips Lovecraft
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Efficiunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exbibeant. -Los demonios logran que las cosas que no son aparezcan como reales ante los hombres- (Firmiano Lactancio). |
[Howard Phillips Lovecraft] Me encontraba lejos de casa y caminaba fascinado por el encanto del mar oriental. Empezaba el atardecer cuando la oí por primera vez, estrellándose contra las rocas. Entonces me di cuenta de lo cerca que la tenía. Estaba al otro lado del monte, donde los sauces retorcidos recortaban sus siluetas sobre un cielo cuajado de tempranas estrellas. Y porque mis padres me habían pedido que fuese a la vieja ciudad que ahora tenía cerca, proseguí la marcha en medio de aquel abismo de nieve recién caída, por un camino que parecía remontar solitario hacia Aldebarán, tembloroso entre los árboles, para luego bajar a la antiquísima ciudad, en la que nunca había estado, pero que he soñado tantas veces en mi vida.
Era el Día del Invierno que los hombres llaman ahora Navidad, aunque en el fondo sepan que ya se celebraba cuando aún no existían ni Belén, ni Babilonia, ni Menfis, ni siquiera la propia humanidad. Era el Día del Invierno y por fin llegaba al antiguo pueblo marinero donde había vivido mi raza, aquella que preservaba el ceremonial de tiempos remotos, aun en las épocas en las que estaba prohibido. Al viejo pueblo llegaba, cuyos habitantes habían ordenado a sus hijos y a los hijos de sus hijos, que celebraran el ceremonial una vez cada cien años; para que nunca se olvidasen los secretos del mundo originario. Era la mía una raza antigua; ya lo era cuando vino a colonizar estas tierras, hace trescientos años.
Y era la mía una gente extraña, solapada y furtiva, procedente de los insolentes jardines del Sur; que hablaban otra lengua antes de aprender la de los pescadores de ojos azules. Y ahora estaba esparcida por el mundo y únicamente se reunía a compartir rituales y misterios que ningún otro ser viviente podría comprender.
Yo era el único que regresaba aquella noche al viejo pueblo pesquero, como ordenaba la tradición, pues sólo recuerdan el pobre y el solitario. Después, al coronar la cuesta del monte, dominé la vista de Kingsport: adormecido en el frío del anochecer, nevado, con sus vetustas veletas, sus campanarios, sus tejados y chimeneas, los muelles, los puentes, los sauces y cementerios. Los interminables laberintos de calles abruptas, estrechas y retorcidas, serpenteaban hasta lo alto de la colina donde se alzaba el centro de la ciudad, coronado por una iglesia extraña que el tiempo parecía no haber osado tocar. Una infinidad de casas coloniales se amontonaban en todos los sentidos y niveles, como las abigarradas construcciones de madera de algún niño.
Las alas grises del tiempo parecían cernirse sobre los tejados y las nevadas buhardillas. Los faroles y las ventanas emitían en la oscuridad algunos reflejos que iban a juntarse con Orión y las estrellas primordiales. Y el mar rompía incesante contra los muelles miserables, aquel mar de la que emergiera nuestro pueblo en los viejos tiempos.
Junto al camino, una vez arriba de la cuesta, había una colina yerma barrida por el viento. No tardé en ver que se trataba de un cementerio, en donde las negras lápidas surgían de la nieve como las uñas destrozadas de un cadáver gigantesco. El camino, sin huella alguna de tráfico, estaba solitario. Únicamente me parecía oír, de cuando en cuando, unos crujidos como de una horca estremecida por el viento. En 1692 ahorcaron a cuatro de mi raza por brujería.
Una vez que la carretera comenzó a descender hacia la mar, presté atención por si oía el alegre bullicio de los pueblos anochecer, pero no oí nada. Entonces recordé la época en que estábamos y se me ocurrió que el viejo pueblo puritano conservaría tal vez costumbres navideñas, extrañas para mí y que entonces estaría entregado a silenciosas oraciones. Así que abandoné mis esperanzas de oír el bullicio propio de estas fiestas, dejé de buscar viajeros con la mirada y seguí mi camino. Fui dejando atrás, a uno y otro lado, las silenciosas casas de campo con sus luces ya encendidas. Después me interné entre las oscuras paredes de piedra, en las que el aire salitroso mecía las chirriantes enseñas de antiguas tiendas y tabernas marineras. Las grotescas aldabas de las puertas, bajo los soportales, brillaban a lo largo de los callejones desiertos reflejando la escasa luz que se escapaba de las estrechas ventanas encortinadas.
Traía conmigo el plano de la ciudad y sabía dónde se encontraba la casa de los míos. Se me había dicho que sería reconocido y que me darían acogida, porque la tradición del pueblo posee una vida muy larga. De modo que apresuré el paso y entré en Back Street hasta llegar a Circle Court; luego continué por Green Lane, única calle pavimentada de la ciudad, que va a desembocar detrás del Edificio del Mercado. Aún servía el antiguo plano, y no me tropecé con dificultades. Sin embargo, en Arkham me habían mentido al decirme que había tranvías; al menos yo no veía redes de cables aéreos por ninguna parte. En cuanto a los raíles, es posible que los ocultara la nieve.
Me alegré de tener que caminar, porque la ciudad, revestida de blanco, me había parecido muy hermosa desde el monte. Por otra parte, estaba impaciente por llamar a la puerta de los míos, por llegar a esa séptima casa de Green Lane, a mano izquierda, de tejado puntiagudo y doble planta, que databa de antes de 1650….[Click Aquí para seguir leyendo]
El Extraño Mundo de H. P. Lovecraft
[SEPA] Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), ha reconocido tres grandes influencias literarias que se corresponden, según los estudiosos, a tres etapas en su desarrollo como escritor. La etapa gótica que comprende escritos macabros que fueron creados entre 1905 y 1920 y que es el período influenciado por Edgar Allan Poe (1809-1849). La etapa onírica, en la que escribe sus pesadillas con un alto contenido simbólico entre 1920 y 1927 y que es la etapa influenciada por Lord Dunsany (1878-1957). La etapa de Cthulhu cuando desarrolla los mitos de Cthulhu desde 1927 hasta su muerte, en la que recrea un universo fantástico y oscuro impregnado de horror cósmico y que es la etapa tributaria del gran escritor galés Arthur Machen (1863-1947).
A pesar de haber nacido después que sus tres referentes literarios, murió cuando apenas tenía 47 años y sin que lograra en vida el reconocimiento de su talento literario. Siempre había vivido de manera estrecha como un escritor modesto a quien en ocasiones le publicaban sus cuentos las revistas de pulp fiction como Weird Tales y cuando las urgencias económicas ceñían su cinturón, trabajaba como escritor fantasma.
Manuscrito del Lovecraft “Las Montañas de la Locura”
Por lo general fue ignorado en su época y considerado peyorativamente un “escritor popular” de aquellos que se leen en las salas de espera o en los subtes, por escribir para revistas populares; incluso cosechó casi el desprecio de escritores como los argentinos Julio Cortázar (1914-1984) y Jorge Luis Borges (1989-1986) quienes lo consideraron, equivocadamente, un pálido imitador de Edgar Allan Poe. Sin embargo, Borges reconoce sentimientos encontrados frente a lovecraft que no pudo disimular, una tensión interior que lo llevó a escribir en el epílogo de “El libro de arena”, la siguiente glosa: “El destino que, según es fama, es inescrutable, no me dejó en paz hasta que perpetré un cuento póstumo de Lovecraft, escritor que siempre he juzgado un parodista involuntario de Poe. Acabé por ceder; el lamentable fruto se titula ‘There Are More Things’, un cuento dedicado de manera explícita a la memoria de Lovecraft.” |