La Luz Interior
Por Arthur Machen
[Arthur Machen] Una tarde otoñal, cuando la suciedad de Londres estaba se esfuminaba en la breve neblina azulada y sus paisajes con sus largas calles parecían espléndidas, el señor Charles Salisbury paseaba por Rupert Street, aproximándose con lentitud a su restaurante favorito. Miraba hacia abajo escudriñando el pavimento y así fue que chocó, al pasar por la angosta puerta, con un hombre que subía del fondo de la calle.
—Le ruego que me disculpe; no miraba donde iba. ¡Pero…si es Dyson!
—Sí, en efecto. ¿Cómo está usted, Salisbury?
—Muy bien. Pero; ¿Dónde ha estado, Dyson? No creo haberle visto en los últimos cinco años.
—No, me atrevería a decir que no. ¿Recuerda que estaba en apuros cuando vino usted a mi casa de Charlotte Street?
—Perfectamente. Creo recordar que me contó usted que debía cinco semanas de alquiler, y que se había desprendido de su reloj por una insignificante suma.
—Mi querido Salisbury, su memoria es admirable. Sí, estaba en apuros. Pero lo curioso es que poco después de que usted me viera, aumentaron mis problemas. Mi situación financiera fue descrita por un amigo como ‘sin blanca’. No apruebo los vulgarismos, acuérdese usted, pero ésa era mi condición. ¿Qué tal si entramos? Podría haber otras personas igualmente interesadas en comer. Es una debilidad humana, Salisbury.
—En efecto, vayamos. Mientras paseaba me preguntaba si estaría libre la mesa de la esquina. Como usted sabe tiene respaldos de terciopelo.
—¿Qué hizo entonces? —preguntó Salisbury, quitándose el sombrero y acomodándose al borde del asiento, mientras ojeaba el menú con vivo interés.
—¿Qué hice? Pues me senté y reflexioné. Había recibido una excelente educación clásica y sentía una categórica aversión por cualquier clase de negocio: ése fue el capital con el que me enfrenté al mundo. Sabe usted, he oído a gente calificar a las aceitunas de desagradables. ¡Qué lamentable prosaísmo! A menudo he pensado, Salisbury, que podría escribir poesía sincera bajo la influencia de las aceitunas y el vino tinto. Pidamos Chianti; puede que no sea muy bueno, pero la botella es sencillamente encantadora.
—Se está muy bien aquí. También podemos pedir una botella grande.
—De acuerdo. Entonces reflexioné sobre mi falta de perspectivas y determiné embarcarme en la literatura.
—Realmente es extraño. Parece usted encontrarse en circunstancias bastante confortables, aunque...
—¿Aunque? ¡Qué sátira sobre tan noble profesión! Me temo, Salisbury, que no tiene usted una buena opinión acerca de la dignidad de un artista. Me ve sentado frente al escritorio o al menos puede verme, si se molesta en llamar, con pluma y tinta y la pura nada ante mí y si vuelve a las pocas horas con toda probabilidad encontrará una obra de creación.
—Sí, completamente de acuerdo. Tengo idea de que la literatura no es remunerativa.
—Está usted equivocado; sus recompensas son inmensas. Puedo mencionar, de paso que, al poco tiempo de verle a usted logré un pequeño ingreso. Un tío murió y resultó inesperadamente generoso.
—¡Ah!, ya veo. Debe haber sido oportuno.
—Fue agradable, innegablemente agradable. Siempre lo he considerado como una dotación para mis investigaciones. Le decía a usted que yo era un hombre de letras; quizás sería más correcto describirme a mí mismo como un hombre de ciencia.
—Mi querido Dyson, verdaderamente ha cambiado usted mucho en los últimos años. Pensaba, sabe usted, que era una especie de ciudadano ocioso, el tipo de hombre que puede encontrarse uno en la acera norte de Picadilly de mayo a julio.
—Así es. Aún entonces me estaba formando, aunque inconscientemente. Como usted sabe, mi pobre padre no tuvo los medios para enviarme a la universidad. En mi ignorancia solía quejarme por no haber completado mi educación. Locuras de juventud, Salisbury; Piccadilly era mi universidad. Allí empecé a estudiar la gran ciencia que todavía me ocupa.
—¿A qué ciencia se refiere?
—A la ciencia de la gran ciudad; la fisiología de Londres; literal y metafísicamente el tema más grande que puede concebir la mente humana. ¡Qué admirable asado de carne! Indudablemente el definitivo final del faisán. A veces me siento todavía absolutamente abrumado cuando pienso en la inmensidad y complejidad de Londres. París puede llegar a entenderse a fondo mediante una razonable dosis de estudio; pero Londres es siempre un misterio. En París se puede decir: Aquí viven las actrices, aquí los bohemios y los ratés; pero en Londres es diferente. Se puede señalar con bastante exactitud una calle como morada de las lavanderas; pero en el segundo piso pude haber un hombre estudiando los orígenes de los caldeos, y en el desván, un artista olvidado agoniza lentamente…(Click aquí para seguir leyendo)
Arthur Machen: Un Navegante de la Oscuridad
[SEPA] Arthur Machen fue un escritor galés nacido en 1863 y fallecido en 1947. Su obra se inscribe en el género del Terror Fantástico que encuentra raíces en las mitologías y tradiciones celta, romana y medieval; sin embargo, puede afirmarse que su proximidad a la literatura no se limita al mero ejercicio del oficio de escribir e imaginar historias sino que se tradujo en una actitud frente a la vida, que le granjeó no pocas experiencias que hubieran sido materia de narraciones tan intensas como las que plasmó en el papel.
Actor trashumante y periodista corresponsal de guerra, tuvo trabajos siempre vinculados a la literatura, como el de lector de manuscritos del editor Ernest Benn. Desde el principio de su carrera literaria Machen expuso en sus obras sus creencias místicas de que, más allá de lo existente en el mundo ordinario se esconde otro mundo misterioso y extraño que quebranta las leyes de la lógica y la razón cotidianas. Fue iniciado en la “Hermetic Order of the Golden Down” (Orden Hermética de la Aurora Dorada) extraña organización ocultista integrada por escritores notables irlandeses como Bram Stoker (autor de Drácula), el poeta y Premio Nobel William Butler Yeats, el dramaturgo y también Premio Nobel George Bernard Shaw. Mucho antes habían pertenecido a esta orden la escritora británica Mary Shelley (autora de Frankestein o el moderno prometeo), el escritor, pintor y ocultista británico William Blake, entre otros notables. |