Isidoro Cañones: "Un Simpático Pelafustán"
[SEPA] Pocos creadores supieron interpretar con humor la idiosincrasia argentina en todos sus matices, como lo hizo Dante Quinterno (1909-2003), al crear una familia de queribles personajes que retrataban diferentes tipos y personalidades argentinas que se podían encontrar en un país tan vasto y poco poblado; otorgando -o tal vez descubriendo- cierta homogeneidad, en la diversidad de una sociedad en formación.
A Dante Quinterno le tocó vivir una Argentina que recibía masivamente la inmigración europea; en especial de Italia y España. Sus propios abuelos habían llegado del Piamonte, pero en el siglo XIX y como tercera generación de inmigrantes, su familia se dedicaba a la explotación agropecuaria. A él le tocó vivir a comienzos del siglo XX una época de permanente tensión social y política provocada por la incorporación de cientos de miles de inmigrantes en una sociedad tradicionalista y muy asimétrica, con mucha prosperidad mal distribuida.
Una característica única del país para esa la época y en el mundo, fue la conformación de un sistema de educación pública universal y gratuita, ejemplar, forjado por los presidentes, Nicolás Avellaneda (1837-1885), Domingo F. Sarmiento (1811-1888) y Julio Argentino Roca (1843-1914), que terminó generando una sociedad alfabetizada e increíblemente homogénea desde lo cultural -a pesar del aporte inmigratorio- y muy próspera en lo económico. A diferencia de Estados Unidos en donde surgieron archipiélagos raciales y culturales aislados, en Argentina se fusionaron los valores heredados de la tradición hispano-católica con nuevas ideas y costumbres llegadas de Europa; ello ocurrió, porque los inmigrantes se mestizaron con el criollo y el indio. La mitad de los abuelos de cualquier argentino actual desciende de los barcos y la otra mitad del monte o de la selva.
Sin negar las grandes contradicciones, asimetrías, injusticias e incluso las masacres brutales de la generación conservadora de principios de siglo que representó Roca, heredera de la llamada generación del ’80 (Sarmiento y Avellaneda); justo es reconocer que terminaron forjando un país centralizado en Buenos Aires, ciudad que se transformó en una metrópolis cosmopolita y en el corazón cultural que latía y bombeaba -no siempre con suficiencia- la sangre hacia las Provincias. En este escenario, la cultura argentina empezaba a producir un fenómeno cultural único y mestizo, tanto en la música, como en la literatura popular; de donde surgen o se reflejan los arquetipos culturales que los grandes ilustradores propusieron durante el siglo XX, para solaz y diversión de un pueblo bastante culto y creativo como pocos.
Buenos Aires, convertida en capital federal, será a la vez el modelo y el karma de una Nación que creció despareja y en… [La frase se atribuye a George Clemenceau (1841-1929), Primer Ministro francés que visitó Argentina a principios de siglo]: “…la capital de un imperio que nunca existió”. Lo que sí existió, fue un enorme país rural que alimentaba a una fiera gigante y hambrienta, a costa de su atraso. La gran aldea se convirtió en una metrópolis, una enorme cabeza sostenida por un cuerpo escuálido -una cabeza de Goliat- como la describió el gran poeta Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) ¿Quién mejor para interpretar esa tensión fundacional del país, que los personajes imaginados por un observador agudo y testigo privilegiado de la historia, como lo fue Dante Quinterno? |
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Probablemente sin proponérselo, dos de sus personajes reflejan las dos Argentinas que coexistían en su época (y que aún persisten, pero degradadas), estamos refiriéndonos al Indio Patoruzú y a Isidoro Cañones. El Indio Patoruzú es un tehuelche de tierra adentro, generoso, patriota, de noble corazón, solemne, virtuoso, que siempre lleva los colores de la bandera argentina en su pecho, honesto, trabajador, ingenuo, valiente, leal, buen cristiano, fuerte (casi podríamos decir que invencible), un verdadero súper héroe que precedió por muchos años al Súperman estadounidense y que, para colmo, era rico y terrateniente (pues era dueño de media Patagonia).
El Negro Olmedo (1933-1988) otro ícono de la cultura popular argentina, solía decir que Quinterno era un genio, dado que “…había que tener imaginación para crear un indio con guita y que todos le creyéramos…”. Sin perjuicio de ello, todos éramos Patoruzú y en los juegos infantiles, no importaba si un niño había nacido en un departamento de calle corrientes en Buenos Aires, o en los cañaverales tucumanos o el campo santiagueño o en la pampa profunda; todos querían ser Patoruzú. Era un personaje paradigmático, un modelo a seguir que causaba admiración y deseos de emularlo. En un sentido profundo, también era como la amalgama de una sociedad en formación. Poco importaba lo realizado por el hoy cuestionado gobierno del Presidente Roca en la controvertida conquista del desierto, hecho histórico que los argentinos valorarán o denostarán, ambas cosas con desproporción, nula objetividad y con parámetros extemporáneos; pues a los argentinos siempre nos ha fascinado ser contemporáneos del pasado. |
El mismo presidente que democratizó la educación básica con altos estándares de calidad, dictó la ley de matrimonio civil y transformó la infraestructura del país, es el responsable de ocupar a sangre y fuego la Patagonia para repartirla entre pocos amigos con un ejército (también hay que decirlo) mestizo e integrado por indios y criollos que se enfrentaban a las tribus rebeldes, integradas también por indios y criollos.
La genialidad de Dante Quinterno es que, en sus creaciones subyace una crítica social mordaz e inteligente -incluso tal vez inconsciente- que no fue percibida en toda su dimensión en su momento; pues la literatura infanto-juvenil (las historietas son una forma de literatura popular), era leída por padres e hijos de manera desprevenida y sujeta al goce espontáneo del momento. Pasarán años hasta que el noveno arte sea considerado en serio.
La argentinidad no podía ser tan perfecta como lo propone nuestro indio noble, y a sus defectos e imperfecciones Dante Quinterno los grafica y representa en nuestro querido Isidoro Cañones. La genial sutileza de Quinterno radica en que Isidoro Cañones no es un antagonista de Patoruzú; como lo sería Lex Luthor de Súperman, o el Guasón o el Pingüino de Batman, o el Dr. Octopus del Hombre Araña por dar sólo algunos ejemplos. Estos antagonistas representan estados inconciliables de conciencia; la bestial brutalidad de los supuestos héroes populares anglosajones impone que frente a sus enemigos, uno de ambos deba morir y muchas veces a costa de asimilarse al otro, pues ni Batman ni el Hombre araña son precisamente un dechado de virtudes; la perfección queda reservada para un héroe extraterrestre que no es humano, sino una suerte de Semidiós venido de Kriptón que nos trata con condescendencia a la espera que evolucionemos y que, para colmo, trabaja para el gobierno de los Estados Unidos.
Isidoro tampoco es una suerte de alter ego al estilo del Dr. Jekill y Mr. Hyde del genial Robert Louis Stevenson, que de manera brillante ahonda en la contradictoria psicología humana y en sus aspectos oscuros como parte de una misma persona. Patoruzú e Isidoro conforman una metáfora de una sociedad argentina que desde siempre intenta conciliar un paradigma y un arquetipo; el modelo de lo que queremos ser y lo que realmente somos y en este sentido, así como todos queríamos ser el Indio Patoruzú, todos, en alguna medida, somos Isidoro Cañones.
¿Cómo podemos describir a Isidoro Cañones? Si Usamos las palabras de su tío, el honorable Coronel Urbano Cañones; Isidoro era un trompeta, un botarate, un holgazán, un badulaque, un granuja, un truhan, un tarambana, un bellaco, un gandul, un sinvergüenza, un descarado, un bribón, un perdulario, un bandido, un borracho, un embustero, un juerguista, un mujeriego, un pillete, etc., etc., etc… Un verdadero antihéroe que, sin embargo, su personalidad no le alcanza para ser un villano hecho y derecho.
A los orígenes de su personalidad tenemos que buscarlo en los primeros ensayos de Quinterno para crear un típico personaje porteño, pícaro aprendiz de cosmopolita. Así, junto con Carlos Leroy crearon a un joven aristócrata y juerguista llamdo Panitruco Peñaloza para “El Suplemento”, luego nació el estafador Manolo Quaranta publicado en la revista “La Novela Semanal” En 1927 aparece Don Gil Contento en el “Diario Crítica”, hasta que a fines de 1928 este porteño pícaro recibe como “extraña herencia” de un tío a un cacique tehuelche llamado Curugua-Curiguagüigua, al cual Don Gilbautiza como Patoruzú tan pronto éste arriba. Dante Quinterno decide abandonar el “Diario Crítica” y se muda a “La Razón” y Don Gil se transforma en Julián de Monte Pio un aficionado a los juegos de azar, las carreras de caballos, las mujeres y la vida nocturna con un evidente parecido a Isidoro Cañones. El apellido monte pío, en realidad es la denominación que se le daba en el Banco Nación a la oficina en la que los pobres podían obtener dinero en préstamo empeñando bienes. Durante octubre de 1934 Quinterno se retira del diario “La Razón” y al no poder reclamar su propiedad sobre el personaje de Julián de Monte Pío, se lleva al personaje de Patoruzú con él. Poco más de un año después Patoruzú vuelve a publicarse en “El Mundo” y, para remplazar el puesto de Julián, crea a un personaje que combina las facetas de los personajes previamente mencionados: Así Nació Isidoro Cañones.
Isidoro, inicialmente es presentado como un empresario de circo que se topa con Patoruzú cuando éste derrota en una pelea al Gitano Juaniyo (que será el villano recurrente de varias historias). Isidoro se convierte en una suerte de “padrino” del indio y se encarga de administrar su dinero, aunque siempre intenta quedarse con una parte para solventar sus propios vicios. Allí también nace la dicotomía entre ambos personajes. En 1939 hace su aparición el Coronel Urbano Cañones, tío y padrino de Isidoro de noble abolengo y que rechaza el estilo de vida de su sobrino. El personaje de Isidoro terminará siendo un vividor de poca monta siempre endeudado que vive a expensas de la generosidad del indio y de su tío rico.
Isidoro tiene una moral “Dúctil” por decirlo de manera elegante y sus maldades siempre dejan abierta una rendija en la que se cuela su propia redención, ya sea por arrepentimiento o porque el destino le tiene reservado una suerte de castigo divino que le hace aprender una lección sin demasiadas consecuencias. En un mundo de grises, Isidoro representa una parte importante del arquetipo argentino y por ello tuvo un éxito previsible que lo llevó a tener su propia historieta en las que vive sus propias aventuras, bajos sus relativos códigos morales y en la que alterna con el jet-set de su época (a la manera del Batman televisivo de los años ’60, varias personalidades argentinas y mundiales aparecieron dibujadas en sus “Locuras…”). En sus propias historias, a veces se sale con la suya; pese a la permanente desconfianza de su tío, el Coronel Cañones y a veces recibe una lección. En el universo paralelo de sus aventuras con Patoruzú y en el que suceden sus correrías de niños con su amigo indio (en revistas que se publicaban de manera simultánea a la suya); Isidoro e Isidorito respectivamente, siempre mantuvieron su esencia imperfecta, pusilánime y débil, aunque simpática y perdonable. Una suerte de Ángel Caído, no tan malo como para que descienda al infierno, pero condenado rodar sus aventuras en la tierra bajo la atenta y vigilante mirada de su amigo Patoruzú o de su tío. |
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