El Enigma de Fulcanelli
[SEPA] Cien años han pasado desde que un enigmático alquimista se adentrara en los misterios de ciertos “Maestros sin palabras y sin voz” cuyos secretos están a la vista de todos, pero preservados en arcanos signos esculpidos en los bajorrelieves de los templos ojivales.
En el año 1922, aquel adepto terminó de escribir su legado y pasaron varios años para que sus manuscritos se publicaran por primera vez, en una edición de apenas 300 ejemplares ilustrada por el dibujante Jean Champagne y prologada por un joven que firmaba Eugène Canseliet, un confeso discípulo del desconocido autor. Así, en 1926 “Le Mystère des Cathédrales” vio la luz en Francia. Años después la edición posterior en castellano se conoce como “El Misterio de las Catedrales”.
La edición original no tuvo la repercusión que luego alcanzaron las posteriores, y de los escasos ejemplares que sobrevivieron, algunos quedaron archivados en diferentes bibliotecas como la Biblioteca Nacional de Francia o en colecciones privadas. Se han localizado hasta el momento de 13 libros primeros, uno de los cuales estaría en Argentina. Cabe aclarar que las posteriores ediciones no tienen las ilustraciones originales de Champagne y en su reemplazo se han colocado fotos de templos góticos europeos y palacios ubicados en Francia, lo que convierte a la primera edición en una escasa y valiosa pieza editorial.
Terminada la primera guerra mundial, Europa vivió un tiempo signado por la crisis y la sensación angustiante de otra inminente guerra cuya latencia se respiraba en el aire. Entre conspiraciones, intrigas políticas y escasez económica; la “belle époque” y el espíritu de progreso que había inflamado el siglo XIX, fueron dejados de lado por un ánimo pesimista que se manifestaba en expresiones artísticas que trasuntaban la soledad, la violencia y la miseria de la época y un agudo escepticismo que renegaba del ingenuo racionalismo cientificista decimonónico. Este escenario fue un caldo de cultivo para la proliferación del ocultismo, la magia y el renacimiento de creencias relacionadas con el antiguo paganismo; muchas de las cuales influirán en el surgimiento del nazismo en la década del ’30 del siglo XX.
En este contexto se publicó, sin demasiada estridencia, “Le Mystère des Cathédrales” firmado por un tal Fulcanelli, pseudónimo que resguardó la identidad de su autor hasta el presente. El libro propone que las catedrales góticas medievales custodiaban conocimientos alquímicos, cuyos signos están expuestos a la vista de todos, pero no a su comprensión. Para Fulcanelli, las piedras medievales exhibían un saber arcano cuyo secreto significado ha sido preservado de los hombres profanos. Son libros esculpidos en piedra, dirán sus seguidores.
¿Acaso los constructores medievales pudieron escapar del férreo control de la clerecía? ¿El llamado lenguaje de piedra revela secretos antiguos en las fachadas y relieves de los templos? ¿Cómo pudo ocurrir tan inmensa labor de siglos sin que nadie la descubriera?
Portada de la 1ª edicion
La historia se remonta al siglo X cuando nueve caballeros formaron los Pauperes Commilitones Christi Templique Salomonici, en español, la “Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón” u Orden del Temple, liderados por Hugo de Payns. Luego de la primera cruzada, estos sacerdotes guerreros decidieron custodiar el camino que los peregrinos hacían para arribar a la Tierra Santa. Llegados a Jerusalén, el Patriarca latino Garmond de Picquigny reconoció la orden y le impuso la regla de los canónigos agustinos que se conoce como Regla Latina. |
¿Qué dice Wikipedia?
Fulcanelli
Juan Valdés
Catedrales Góticas
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Se asume también que, una vez llegados a Jerusalén, estos caballeros recibieron unos acres de tierra en las cercanías del lugar donde estaba el Templo de Salomón (cuya ubicación puede situarse cerca del último vestigio que queda del mismo y que hoy se conoce como el Muro de los Lamentos).
Al remover tierra para edificar los cimientos de su fortaleza, cuenta la leyenda, los caballeros encontraron túneles antiguos cuyos orígenes podrían remontarse al siglo primero de la era cristiana o aún antes y explorando los mismos encontraron algo que les cambió el destino. Poco y nada se conoce de este descubrimiento, sólo se especula que podría haber sido algo extraordinario o de inmenso poder material o espiritual, algo que hizo de ellos una orden rica, poderosa y temida. Casi doscientos años duró esta extraña orden de sacerdotes guerreros y en ese período de tiempo llegaron a dominar con su flota el Mar Mediterráneo, con sus ejércitos los caminos del oriente y con las finanzas el mundo medieval. Crearon instrumentos que los convirtieron en la primera banca internacional de finanzas; a tal punto que se convirtieron en acreedores de los poderes fácticos de la época.
Fue un ensayo de Estado Global, dependiente del papado -a quien juraron fidelidad-. Los Caballeros Templarios declaraban la guerra o concertaban la paz con los reyes del mundo medieval. Establecieron una extraña relación con los “enemigos de la cristiandad”, incluso con el conocido Sultán Saladino cuando éste los expulsó de Jerusalén en 1187. También concertaron alianzas con los Hashshashin, esa extraña comunidad de asesinos nizaríes dirigida por el místico ismaelita Hasan ibn Sabbah, más conocido como “El Viejo de la Montaña”. |
Finis Gloriae Mundi pintura de Juan Valdés
Sin embargo, su fin no será provocado por los herejes sino por la traición que perpetró el propio Papa Clemente V, asociado con el Rey de Francia Felipe IV llamado “El Hermoso”.
Las causas visibles de la traición fueron las acusaciones de sacrilegio, herejía, sodomía, adoración de Baphomet (un demonio), sacrilegio a la cruz (se decía que para ingresar a la orden debían escupirla y pisarla), etc. Las únicas pruebas que los condenaron, eran las confesiones sacadas bajo tortura a los pocos sobrevivientes del viernes negro.
Por orden del Papa, un día viernes 13 de octubre de 1307, cada Caballero Templario recibió un sobre con el sello papal, con la orden de entregarlo a su destinatario y esperar la respuesta. La obediencia prometida al Papa hizo que los caballeros llevaran el recado y al cumplirlo, mientras esperaban la respuesta; el destinatario -después de leer la orden papal- salió al encuentro del mensajero con una espada para matarlo. El recado contenía la orden de matar al mensajero. Ese fatídico viernes 13 murieron la mayoría de los caballeros; algunos no encontraron al destinatario y fueron apresados al regresar a los cuarteles, otros se resistieron pero fueron llevados prisioneros para ser juzgados, entre ellos el Gran Maestre de la Orden Jacobo de Molay y unos pocos… violaron el sello papal y al advertir la trampa, huyeron por diferentes caminos.
Curiosamente fueron sólo nueve los sobrevivientes; nueve soldados sacerdotes envejecidos y cansados; nueve como el número de fundadores de la Orden, nueve como los Magos del Oriente que adoraron al Redentor. El camino del calvario que cada uno emprendió desde diferentes estancias, los hizo coincidir en uno de los pocos lugares donde la influencia del Papado era muy débil, en la agreste y lejana Escocia. Allí llegaron y fueron cobijados en el gremio de rústicos y analfabetos constructores cuyos miembros alimentaron, abrigaron y escondieron a los caballeros, entre la mampostería de un templo inacabado. Allí los sacerdotes guerreros celebraron misas y se convirtieron en confesores de la rústica cofradía, allí celebraron matrimonios y acompañaron a los difuntos de sus benefactores ofreciéndoles la última unción. Allí fueron envejeciendo y murieron cada uno a su tiempo; pero antes y con gratitud, enseñaron a los hijos de aquellos albañiles a mejorar el oficio heredado de sus padres y a escribir, tanto con plumas en el papel, como con las piedras que iban colocando al construir. Así les transmitieron el secreto encontrado en las oscuras catacumbas debajo del Templo en la lejana Jerusalén y les revelaron una historia que ya el mundo había olvidado.
Como el viento esparce las hojas otoñales de los árboles, la vida hizo lo propio con los hijos de los cófrades esparciéndolos por el mundo. Pero de padres a hijos, y de generación en generación preservaron la tradición revelada y por el mundo construyeron otros templos cuyas piedras preservaban su memoria. Construir fue la consigna de estos obreros del mundo, la piedra su pluma y la tierra su lienzo. En aquellos antiguos templos, muchos en ruinas, todavía puede verse la forma de la cruz como un crisol alquímico mientras la piedra yace horadada por el tiempo, algunos fueron demolidos, otros profanados y otros incendiados mientras el tiempo difumina la memoria esculpida.
El libro del enigmático Fulcanelli contiene la clave para “leer las piedras”…, aquellas que todavía se preservan. El mismo autor, en un segundo libro “Las Moradas Filosofales” cuenta que la historia se abre en el Génesis con el Relato del Diluvio y culmina en el Apocalipsis con las llamas ardientes del Juicio Final. Moisés, “el salvado de las aguas” escribe el primero y Juan, “figura sagrada de la exaltación solar”, cierra las escrituras por los sellos del Fuego y el Azufre.
Existe una historia diferente de la que narraron los hombres profanos, que sólo se refirieron a reyes, batallas y naciones. La verdadera historia fue escrita al costado del tiempo y narra lo que el hombre hizo desde la caída y hará por su propia voluntad hasta el juicio final. Las Iglesias y Moradas que Fulcanelli estudió, atestiguan el comienzo y el transcurso del ciclo de la civilización y revelarían parte del secreto alquímico o verbum dimiddum. Habría escrito un tercer libro con el que culminaría el testimonio de los siglos, cuyo sugestivo título es “Finis Gloriae Mundi” (el fin de la gloria del mundo). Una versión apócrifa circula desde 1999. El verdadero libro, que completaría el tríptico hermético, permanece oculto, al igual que la identidad de su autor. |
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