Lukundoo
Por Edward Lucas White (1866-1934)
[Edward Lucas White] -Lógico -dijo Twombly- un hombre deba aceptar la evidencia que le presentan frente a sus ojos y cuando sus ojos y oídos coinciden, no cabe duda. Debe que creer lo que ha visto y oído.
-No siempre -intervino Singleton tímidamente.
Todos miraron a Singleton… Twombly estaba de pie sobre la alfombra de espaldas a la chimenea con las piernas abiertas y su habitual aire dominante; mientras que Singleton, como de costumbre, yacía como agazapado en un rincón. Pero cuando Singleton habló, giramos hacia él con un espontáneo y expectante silencio que le cedía la palabra.
-Estaba pensando -dijo después de un breve silencio- en algo que vi y escuché en África.
Ahora bien, si había algo imposible era que Singleton dijera algo definitivo sobre sus experiencias en África. Al igual que con el alpinista de la historia, que sólo podía decir que subió y bajó; la suma de las revelaciones de Singleton se limitaban a narrar había estado allí y que luego se fue. Sus palabras llamaron nuestra atención de inmediato. Twombly se desvaneció de la alfombra de la chimenea, pero ninguno de nosotros recordaba haberlo visto marcharse. La habitación se reacomodó centrándose en Singleton y hubo un encendido rápido y furtivo de puros nuevos. Singleton también encendió uno, que luego se apagó y nunca volvió a encenderlo.
-Estábamos en el Gran Bosque, en la búsqueda de pigmeos. Van Rieten sostenía que los enanos encontrados por Stanley y otros eran un mero mestizaje entre negros comunes y pigmeos reales. Esperaba descubrir una raza de hombres de a lo sumo un metro de altura o aún menos. No habíamos encontrado ningún rastro de tales seres. Los nativos eran pocos; las presas escasas y el bosque profundo y húmedo.
Éramos algo novedoso en el país. Ningún nativo de los que conocimos había visto hasta entonces un hombre blanco y la mayoría ni siquiera había oído hablar de hombres blancos. Pero una tarde, llegó a nuestro campamento un inglés bastante agotado. Nunca escuchamos rumores sobre él; aunque él había oído sobre nosotros, razón por la cual, había decidido realizar una increíble marcha de cinco días para encontrarnos. Su guía y dos porteadores estaban casi tan cansados como él. A pesar de que estaba hecho jirones y llevaba cinco días sin afeitarse, se podía ver que era naturalmente pulcro, el tipo de hombre que se afeita todos los días.
Era pequeño y enjuto. Tenía un rostro británico tan prolijamente despojado de emoción, que un extranjero podría pensar que era incapaz de tener algún tipo de sentimiento; ese tipo de rostro que sólo refleja la resolución de recorrer el mundo con cierto decoro, sin entrometerse ni molestar a nadie.
Su nombre era Etcham. Se presentó con modestia y comió con nosotros con tanta parsimonia que nunca hubiéramos sospechado que sólo había comido tres veces en cinco días. Después de comer y encender su pipa nos contó por qué había venido.
-Mi jefe…
Su tono era bajo, suave y uniforme; pero dejaba ver breves gotas de sudor rezumando por su labio superior debajo de su grueso bigote y se notaba un cosquilleo de emoción reprimida en su voz, una velada ansiedad en sus ojos, una palpitación interior en su comportamiento que me conmovió de inmediato. Van Rieten no parecía manifestar ningún sentimiento hacia el forastero, si estaba conmovido no lo demostró; pero escuchó. Eso me sorprendió. Él era el hombre que se negaba de inmediato, sin embargo escuchó las vacilantes y tímidas insinuaciones de Etcham e incluso hizo preguntas.
-¿Quién es tu jefe?
-Stone -balbuceó Etcham.
Eso nos electrizó a los dos.
-¿Ralph Stone?
Etcham asintió.
Durante unos minutos, Van Rieten y yo guardamos silencio. Van Rieten no lo trató nunca, pero yo había sido un compañero de clase de Stone y Van Rieten y yo habíamos hablado de él durante muchas fogatas. Habíamos oído hablar de él dos años atrás, al sur de Luebo en el país de Balunda. Al parecer había estado enfrentándose con un médico brujo de Balunda que terminó con la completa confusión del hechicero y la humillación de su tribu ante Stone. Incluso habían roto el silbato del fetiche y le habían dado a Stone los pedazos. Había sido como el triunfo de Elías sobre los profetas de Baal, solo que más real para los Balunda.
Habíamos pensado que Stone estaba lejos, si es que todavía estaba en África, y aquí apareció delante de nosotros y probablemente anticipándose a nuestra búsqueda. (Para continuar leyendo…Click aquí)
Una vida prosaica y una imaginación portentosa
[SEPA] Edward Lucas White (1866-1934): Fue un profesor estadounidense nacido en Bergen. Trabajó en la universidad John Hopkins de la ciudad de Baltimore, donde vivió el resto de su vida. Desde muy joven mostró una gran pasión por la Historia, especialmente de la antigua Roma. Entre sus novelas históricas está “El Supremo: un romance del gran dictador de Paraguay” (1916), “La vestal que no quiere” (1918), “Andivius Hedulio” (1921) y “Helena” (1926). Todas estas narraciones se caracterizan por tener una cuidada precisión histórica. |