"El Otro Yo Del Dr. Merengue"
[SEPA] La primera portada del Diario Argentino Clarín (publicada el 28 de agosto de 1945), daba cuenta de los avatares finales de la segunda guerra mundial, que acababa de finalizar: el inicio de la ocupación en el frente oriental, la invasión a Tokio y los efectos de la bomba de Nagasaki.
Tanto en ese diario, como en una icónica revista de la época llamada “El Hogar”, editada desde 1904 por Alberto M. Haynes; aparecían unas viñetas cómicas con el insólito título “El Otro yo del Dr. Merengue”, una suerte de dupla criolla y cómica; paralela a la del “Dr. Jekyll y Mister Hyde” imaginada por el gran escritor escocés Robert Louis Stevenson.
El padre de esta creación fue el dibujante, historietista, caricaturista, humorista y editor argentino, Don José Antonio Guillermo Divito (1904 -1969); quien, unos meses antes -a finales de 1944-, había fundado la revista humorística “Rico Tipo”, donde también se publicarían las desventuras del Dr. Merengue.
¿Quién fue Guillermo Divito? En alguna medida ha sido el primer transgresor de la gráfica argentina al proponer una mirada un poco más osada de las costumbres de la época en la que publicó sus creaciones. Irrumpe en un momento en el que, la revista Patoruzú de Dante Quinterno -con sus personajes de tierra adentro como el Indio Patoruzú y su familia-, combinados con el arquetipo porteño de Isidoro Cañones, estaba en auge. Sin embargo, la propuesta de Dante Quinterno estaba imbuida de una ingenua moralidad que proponía una visión muy clara del bien y del mal; representados respectivamente por el indio tehuelche y el “botaraz o trompeta” porteño Isidoro Cañones. Aun así, la maldad de Isidoro siempre es traviesa, redimible, ingenua y tiene su pertinente castigo en las aventuras con el indio. Divito trabajó para la editorial de Quinterno, aprendió mucho de esa experiencia y en ella alcanzó su verdadero lenguaje gráfico; pues allí fue donde comenzó a dibujar sus famosas “Chicas Divito”. Cuando su estilo se diferenció demasiado, al comenzar a ser un poco más osado que el de la revista Patoruzú, por sus diferencias con la idea gráfica de Quinterno (orientada más que nada a la familia) tomó su rumbo propio y fundó “Rico Tipo”.
A partir de 1944, Divito alcanzó vuelo propio y su revista iconoclasta irrumpió primero en Buenos Aires y luego en las Provincias, vendiendo la friolera de 350.000 ejemplares y llegando en poco tiempo -en su mayor esplendor- a vender un millón de ejemplares. De esta forma superó al maestro Quinterno sin sacarlo del medio (pues Patoruzú perduraría dando batalla y ganando varias) y colocándose como antagonista conceptual de “Rico Tipo”. Puede afirmarse que la aparición de “Rico Tipo” implicó la primera segmentación radical del mercado de lectores; pues, aunque hoy pueda parecer extraño; a revistas como Patoruzú la compraban los padres para toda la familia y especialmente para sus hijos por considerarla divertida, ingenua y moralmente formativa. Las revistas como “El Hogar” o “LeoPlan” si bien estaban destinadas a las amas de casa y a los quehaceres de la familia, los hijos y a la lectura, solían incluir literatura popular y tiras cómicas de los dibujante de la época y a nadie se le hubiera ocurrido que las mismas no eran adecuadas para el ambiente familiar.
El modelo social imperante a principio de siglo, proponía la figura de la familia como eje central de la sociedad, con roles más o menos definidos que orientaban al hombre como proveedor y a la mujer como encargada del hogar y madre de familia. Un hombre concebido para trabajar como obrero industrial o en oficina, a expensas de su jefe y en el hogar a expensas de su esposa. La mujer, también reducida a un rol poco valorado de ama de casa destinada a la educación básica de los hijos de la familia, para que éstos puedan ingresar y adaptarse al sistema educativo primario público, donde se les enseñaba con cierta solvencia a leer y hacer cálculos imprescindibles para la vida laboral, a cumplir horarios, a tener disciplina y se los adoctrinaba en otros valores culturales e históricos que amalgamaban a una nacionalidad o patriotismo en ciernes o formación.
La tarea cultural de la generación del ’80 terminó creando una nueva argentinidad y aunque fracasó por no poder concretar un sistema político estable, ni un sistema económico más equitativo; sí creó una sociedad culturalmente homogénea, un producto nuevo y único en el mundo, donde los hijos de extranjeros llegados a estas tierras hablaron un mismo idioma. El turco, el tano, el ruso, el franchute y el gallego compartían la escuela, el trabajo, el servicio militar y una misma cultura popular: música argentina, literatura argentina, la radio argentina, el cine nacional de gran relieve, adoptando al automovilismo nacional y al fútbol como deportes populares y creando un mercado de lectores hispanoparlantes único en el mundo con una enorme producción de periódico, libros y revistas para hombres y mujeres, grandes y chicos que superaba largamente a la producción cultural de muchos países europeos tanto en calidad como en cantidad y generando una enorme audiencia para el cine y la radio; que retroalimentaba esta argentinidad. |
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El fenómeno educativo argentino se expandió socialmente de la escuela primaria universal de la generación del ’80, a una escuela secundaria gratuita bastante generalizada durante el gobierno de Yrigoyen y por último, durante el gobierno de Perón, a una universidad pública y gratuita de gran calidad, lo que se mantuvo a pesar de los avatares políticos, hasta la década de los ’70, cuando comienza una crisis educativa progresiva y generalizada.
En este contexto cultural, el humor gráfico de Patoruzú, representaba a la nueva argentina que había nacido de la guerras civiles del siglo XIX y se concretó en un modelo sincrético de familia italo-hispánica católica y tradicional; que toleraba, entre los arquetipos al díscolo soltero u oveja negra como Isidoro Cañones, mantenido, mujeriego, jugador y juerguero; pero al que nadie tomaba en serio. Era contrapuesto al noble, honesto y muy rico terrateniente, Indio Patoruzú (una suerte de compensación inconsciente y simbólica por la conquista del desierto). Isidoro cumplía la función de anticuerpo que educaba como un contra ejemplo con sus malas experiencias, siempre castigadas para preservar a la noble argentinidad del Indio Patoruzú. La familia argentina, podía estar tranquila e incluso divertirse con este arquetipo díscolo, asimilable al “tío soltero”, un adulto inmaduro cómplice de travesuras de los hijos de la familia.
¿Qué cambia con Divito? Que el tío soltero se rebela y no se quiere amoldar al secundario rol de bufón que el esquema que la familia nuclear le había asignado, no quiere ser considerado como un apéndice pintoresco y un mal ejemplo para no seguir. |
Se revela en una suerte de verdadera revolución machista contra la familia nuclear y demuestra con su éxito, que puede vivir muy bien fuera de ese esquema.
Así nace “Rico Tipo”, luego de una discusión de Divito con su maestro Dante Quinterno, quien le había pedido que alargue la falda de sus mujeres. En el fondo Divito consideraba que la pacatería de Patoruzú no dejaba de reflejar cierta hipocresía social. Es por ello que sus personajes, que abrevan en los mismos arquetipos argentinos, alcanzan un mayor grado de provocación que desnuda las actitudes formales de la sociedad de aquella época. Él mismo fue como sus personajes, o sus personajes masculinos fueron él (como quieran). Fue un elegante y simpático Playboy, que manejaba autos convertibles y vivía rodeado de mujeres hermosas. Un sibarita de la vida, generoso y brillante en su tarea, que supo elegir a los mejores colaboradores que pudo encontrar. No podemos perder de vista que, por ejemplo, el gran poeta argentino Conrado Nalé Roxlo, trabajó en su revista junto a otros talentosos creadores gráficos como Joaquín Lavado (Quino, el papá de Mafalda), Oski (Oscar Conti) y Carlos Warnes (César Bruto), entre otros.
Rico Tipo introdujo el humor social ácido, un erotismo ingenuo de sus chicas dibujadas que, sin quererlo, evidenciaban las contradicciones de la moral de la época y otros contenidos variados que la hacían atractiva para todos los lectores, aunque por lo general se introducía en la familia, sólo cuando la compraban los tíos solteros (y el resto de los miembros la leían de contrabando). Mucho después de Rico Tipo, en la década del ’50 del siglo XX, la revista estadounidense Playboy intentará una fórmula similar al introducir artículos intelectuales de pretendido fuste, pero con fotos de mujeres desnudas nada sugerentes; típica vulgaridad norteamericana para adolescentes que nunca leían esos artículos y que sólo servían para que mirones adultos reprimidos pudieran justificar su compra con un pretexto que cubra sus reales intenciones. Muy diferente de Rico Tipo.
¿Tenía razón Divito? No. Por lo menos no en todo. Patoruzú y las otras publicaciones de la época, muy parecidas; cumplían un rol de amalgamar una cultura nacional en formación, una suerte de espíritu de la colmena que identificara y uniera a sus miembros en un mundo hostil; lo que no se puede hacer con ausencia de modelos de conducta moral. En ese tránsito difícil que es crear una sociedad nueva como la argentina, recién salida de cruentos enfrentamientos (como los habidos durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX); las referencias morales devienen imprescindibles. Los niños tenían que formarse en una idea sobre el bien y la lealtad a su Patria, de lo contrario, la sociedad hubiera sido todavía mucho más inestable y violenta de lo que fue.
Por supuesto que, cuando se pregona moral, surge una presión social que favorece la hipocresía de algunos sus miembros que tienden a reprimir, disimular u ocultar toda conducta contraria a los cánones impuestos. Hay hipocresía en una comunidad, porque algunos no son hipócritas y porque la conducta proba es útil y necesaria. O como diría el escritor francés Francois de La Rochefoucauld (1613-1680): “La hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud...”. Si nadie respeta una mínima dosis de moralidad donde nada se considera valioso, bueno, honesto, probo y todo es relativo y todos tienen derecho a elegir y hacer lo que se les ocurra; estamos frente a la disolución de la sociedad porque se pierde la necesidad de cohesión, pues nadie comparte una mirada o un proyecto compartido del destino de la comunidad, una idea del bien común y de una mínima trascendencia. Es el individualismo extremo, el egoísmo filosófico que le dicen y que hoy se pregona como una virtud.
Pero hablando de extremos, tampoco una sociedad estática es posible; la crítica social y la necesidad de adaptación a nuevos tiempos, requiere a veces poner en jaque algunas ideas, para ver si sobreviven o se adaptan. Aquí aparece Divito con sus personajes, creando un contrapunto mutuamente enriquecedor entre la ingenuidad infantil de la Argentina de comienzo de siglo y la picardía adolescente de los años ’40. El doble sentido que ilustra muchas veces la doble moral, hace su aparición con “El otro yo del Dr. Merengue”, un atildado abogado y padre de familia cuyo inconsciente traspasa sus frenos inhibitorios para que exprese lo que realmente piensa, que hoy resulta tan actual como en su propia época e incluso constituye una critica social.
Otros de sus personajes es Fúlmine, que es el tipo de persona que los inmigrantes de italianos denominaban “Jettatore”, por la obra de teatro de Gregorio de Laferrere. Dibujado como un hombre alto y delgado, de cabeza redonda, cara picada de viruelas y larga nariz afilada; siempre vestido de negro, siempre con paraguas, sombrero, gafas y guantes (todo ello negro también); a la espera de las desgracias que siempre ocurrían a sus interlocutores, después de que él se retiraba de su lado, indemne. Era el portador de la mala suerte.
Su galería de personajes se integraba con Pochita Morfoni (una gordita obsesionada por la comida y que intenta infructuosamente hacer dieta); Bómbolo, un gordo bonachón, ingenuo, un poco infantil, y de corazón noble. Crédulo y bondadoso, es inocente hasta lo increíble.
Pochita Morfoni Y Bómbolo
Es capaz de creerse todo lo que le dicen, sobre todo porque interpreta las cosas de forma literal. Es el arquetipo del candor, un sujeto torpe que todo lo interpreta al revés. Está incapacitado para ver más allá de las cosas, su mirada es simple hasta la exasperación, un perfecto tonto; el Abuelo un viejecito al que le gustan las mujeres bellas y si son más jóvenes, más le gustan. Pero, lejos de la imagen que normalmente se tiene del “viejo verde”, es por demás galante e ingenuo y siempre está metiéndose en líos por su pasión. Hoy se diría que está en un cuerpo viejo incorrecto porque se percibe joven.
Galería de personajes de Divito
No podemos dejar de referirnos a otro arquetipo argentino urbano: Fallutelli, cuyo nombre deriva de “falluto” calificativo con el que, en lunfardo argentino, se designa a una persona falsa, desleal, hipócrita y traicionera. El Fallutelli de Divito es el empleado adulador del jefe que siempre termina traicionando a sus compañeros.
Sin embargo, Divito impuso su estilo gráfico a través de sus conocidas Chicas Divito, mujeres bellas, extraordinarias y seguras de sí mismas, dibujadas mucho más altas que cualquier hombre, más maduras, seguras y dueñas de la situación. Se caracterizaban por su estilizada cintura y amplias caderas, busto prominente con largas y torneadas piernas, de bello rostro de enormes y vivaces ojos con largas pestañas cejas marcadas y labios gruesos con una sensual y mínima nariz. La vestimenta de las mismas llegó a marcar tendencia y generó una industria del juguete que fue anterior al de las muñecas “Barbie” estadounidenses. Usaron minifalda antes de la minifalda y constituyeron el estereotipo de la mujer argentina de la época, que prefiguraba a una mujer independiente que no renegaba de su belleza ni se convertía en un mero objeto, para ello, basta leer el rol que les asignaba en las viñetas Divito, dejando siempre en ridículo al hombre preso de su atracción.
Divito era un hacedor, además de su creatividad gráfica y literaria, de su vocación editorial, tuvo en Rico Tipo una empresa de animación para publicidad y una escuela de dibujo por correspondencia, entre cuyos cursos estaba el de dibujo de “Chicas Divito” y otros cursos de dibujo. Competía con las icónicas “Continental School” y “Modern School” y la “Escuela Panamericana de Dibujo” entre otras, en un mundo idílico que ofrecía a los historietistas un futuro venturoso de aventuras de papel y trabajo seguro entre las tantas editoriales de historietas que había en Argentina. Había lugar para todos, para los dibujantes infantiles de Billiken y Anteojito, para los aventureros de la Editorial Columba, para los fanáticos de Patoruzú, o de las ficciones estelares como la del Eternauta, que salió un poco después; así como para aquellas otras empresas un poco más pequeñas pero igual de interesantes como las de Lúpin y sus hobbistas que, mientras leían las aventuras de su club, fabricaban radios, telescopios y avioncitos a control remoto. Divito, asociado con Sívori ayudó a editar Lúpin.
Fiel a su estilo, la muerte lo sorprendió en una ruta de Brasil mientras manejaba su coupé fiat 1500 cuando se estrelló contra un camión, un 5 de julio de 1963. Nunca se supo por qué su cuerpo no fue repatriado. El soltero empedernido y seductor, sabía que “el calavera no chilla”. Esa noche las chicas divito se quedaron solas y por primera vez, el Dr. Merengue y su otro yo, coincidieron en llorar. |
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