[SEPA] Los jóvenes de los años ’90 del siglo pasado, en el verano del 98 recordarán un hit del cantautor León Gieco cuyo título rezaba amenazante “Ojo con los Orozco” e integraba un exitoso álbum titulado precisamente “Orozco”.
Su letra, insólitamente larga, empezaba:
“Nosotros no somos como los orozco, Yo los conozco, son ocho los monos: Pocho, toto, cholo, tom, moncho, rodolfo, otto, pololo. Yo pongo los votos solo por rodolfo. Los otros son locos, yo los conozco. No los soporto, stop, stop. Pocho orozco: odontólogo ortodoxo doctor -como borocotó- Oncólogo jodón -morocho tordo- groncho jocoso -Trosko-…”.
Inicio de canción al que hay que sumar, más o menos, la friolera de 77 versos (si el conteo fue correcto) del mismo estilo. Perdido entre tantas palabras tributarias de la letra “O”, se encuentra Rodolfo, condenado a un segundo plano, aunque la letra de la canción sólo vote por él.
Ojo con los Orozco
Compartido en YouTube por León Gieco
Es probable que León Gieco (desconozco si es así), haya querido homenajear a un entrañable personaje secundario, a un actor de reparto de la otrora exitosa tira cómica “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia” cuya característica radicaba, en que, por tener una enorme boca circular; sólo podía hablar palabras cuya única y excluyente vocal era la letra “O”. Por supuesto que la imaginación del padre de estos personajes, el extraordinario Lino Palacio (1903-1984) creó otros dos personajes mono-vocálicos Radragaz (que sólo hablaba con palabras con la letra “A” y Fernéndez (adivinaron… sólo podía pronunciar palabras con la letra “E”) y una suerte de imperfecto mono-vocálico llamado Úrsulu, el chofer de Don Fulgencio, que por falta de palabras mono-vocálicas con la letra “U” deformará las existentes sustituyendo algunas vocales del vocabulario corriente con la última vocal. El chofer tiene una hija llamada Ruth que también deformará el lenguaje, recreando los lugares comunes que los adultos adjudican a los niños. A este elenco hay que agregar un atildado mayordomo ocasional llamado Arturo cuyo rostro nunca aparece por estar fuera del cuadro, o tapado con algún artilugio creado al efecto.
Don Fulgencio tiene como única familia de sangre a un sobrino llamado Tripudio que expone una condición inversa a la de su tío, pues se trata de un niño que ignora el mundo infantil y se siente cómodo en el mundo adulto persiguiendo chicas y despreciando los juguetes. Tripudio será el único de la extraña comunidad de Don Fulgencio, que se independizará y tendrá una tira propia, en la revista que Palacio editó entre 1945 y 1946 y que tituló con el nombre de su personaje preferido.
Influenciado por el cómic estadounidense el esquema familiar de su personaje se limita al parentesco colateral de tío y sobrino como tantos dibujos conocidos en la época: Popeye y sus cuatro sobrinos (Papeye, Pepeye, Pipeye y Pupeye); Donald, con Hugo, Paco y Luis; Mickey con Morty y Ferdie; su novia Minie con sus sobrinas Millie y Melody; Periquita y su tía y el mismo Donald con su tío Rico McPato. Cabría preguntarse ¿Por qué se elimina a los padres? En otras historias como las de Súperman o Batman los padres están muertos, ya sea por una catástrofe planetaria (Súperman) o son asesinados (Batman). Incluso Robin (el compañero de Batman) es huérfano y se transforma en el entenado de Bruce White (el nombre civil del hombre murciélago). Otra característica sociológica es que estas familias son monoparentales, ya que ninguno de estos tíos o padres sustitutos, es casado; y si lo fueron, como en el caso de los tíos que crían a Peter Parker (el hombre araña), o el matrimonio que adopta al huérfano Clark Kent (el alter ego de Súperman), el padre sustituto muere. En Argentina, esta tradición es seguida por García Ferré que imaginó a Anteojito con su tío Antifaz y dejó sin padres al superhéroe Hijitus y por Dante Quinterno con la famosa dupla de Isidoro Cañones y su tío, el Coronel Cañones.
Lino Palacio enriquece este esquema, agregando en el universo de Don Fulgencio, el equivalente al osito de peluche que muchos niños tenían como cebo afectivo para llenar sus horas de soledad en un mundo real donde ambos padres tenían que trabajar (estamos hablando de una incipiente era industrial en la década del ’30 del siglo XX).
Este sucedáneo afectivo es un muñeco de playa inflable que hace las veces de coprotagonista y que se llama Francisco, al que Fulgencio personifica como lo haría un niño con un juguete, haciéndolo partícipe de situaciones de adultos, que el propio Fulgencio elude vivir.
Lino Palacio construye un universo adecuado para que viva su personaje, creando una realidad paralela y surrealista donde lo cotidiano o normal convive con las extrañas características verbales de sus personajes fonéticos o sus insólitas actitudes infantiles. Podemos encontrar en la creación del dibujante un anticipo en historieta, de las denominadas comedias de situación (situation comedy o sitcom, en inglés), donde el vacío se llena con el humor o el absurdo inconexo e instantáneo sin trama argumental.
Sus personajes son hijos de la observación. Don Fulgencio fue inspirado por un desconocido señor que vendía biblias, observado por el autor cuando era niño, sin que aquel se diera cuenta. Este hombre serio caminaba por la calle, seguramente cavilando en sus quehaceres cotidianos; cuando de pronto, observó una pequeña piedra en la vereda. Se detuvo, miró para todos lados y pateó la piedra como si convirtiera un gol en la bombonera. Lino Palacio ha reconocido que su creación es casi una caricatura de aquel señor. Don Fulgencio nació a pedido del director de La Prensa e inicialmente se llamó el Señor Fulgencio, nombre que le puso el entonces Director de la Prensa Ezequiel Paz que no le gustó el “Don Pipoto” propuesto por Palacio inicialmente. Finalmente quedó como definitivo “Don Fulgencio”. Fue entonces cuando el creador se inspiró en el vendedor de biblias de su infancia para dotarlo de la oculta personalidad infantil que exhibe su creación, fue un personaje inocente y curioso en un mundo adulto, que vive a hurtadillas su infancia. Ha servido de fuente de inspiración de varios creadores argentinos: desde Mafalda, de Quino, hasta Las Puertitas del Sr. López, de Carlos Trillo y Horacio Altuna. Un personaje desdoblado en su alter ego que lel permite transgredir las reglas de la adultez y regocijarse con la travesura realizada a escondidas.
Homenaje a Don Fulgencio en las calles de Buenos Aires
Lino Palacio, aquel niño travieso y observador, tomó muy en serio su amor por el dibujo y obtuvo el título de profesor de dibujo en la Academia Nacional de Bellas Artes, fue también arquitecto, pintor, ceramista y guionista de cine, pero dedicó su vida a la ilustración en todas sus formas, incluso en la publicidad. Publicó en el Diario La Razón su primer dibujo, a los 16 años, gracias a la amistad de su padre con el director del vespertino. A partir de los años 30, comenzó a publicar sus caricaturas en diversos medios, Don Goyo, Caras y Caretas, Billiken, El Hogar, Mundo Argentino y también colaboró con los diarios La Prensa, El Diario, y La Opinión (en éste último fue donde creó uno de sus más recordados personajes: Ramona).
Tapa de Billiken dibujada por Lino Palacio
Según sus propias declaraciones, una de las cosas que más le gustó hacer fueron las tapas de la Revista Billiken, icónicas ilustraciones que poblaban las aulas del país. Cuenta también que en esos años recibía centenares de cartas, de maestros y alumnos de todas las provincias y le pedían originales para colgar en el aula, razón por la cual no había conservado ningún original, pues los regalaba a todos.
Lino Palacio bajo el pseudónimo de Flax
En 1941 hizo, para la revista Cascabel, sátiras políticas, algunas publicadas en La Ametralladora, una publicación española propagandística. A partir de 1950 Palacio comienza a dedicarse de lleno a una expresión que hasta entonces había experimentado fugazmente: la sátira política. En esta etapa de su carrera publicó en Panorama, Mercado, Azul y Blanco y La nueva República. Fue durante estos años que realizó una de sus obras más destacadas, “Historia de la Guerra”, un libro de crónicas sobre la Segunda Guerra Mundial protagonizadas por caricaturas. Esta obra se presentaba semanalmente y Palacio la realizó bajo el seudónimo de Flax. Hasta la década de los 70 el interés principal de Palacio fue la caricatura política.
El 5 de noviembre de este año, Lino Palacio cumpliría 119 años, cuentan sus hijos que, durante la dictadura militar que gobernó de manera aberrante Argentina entre 1976 y 1982, funcionarios del gobierno ordenaron al Diario la razón en 1978 que dejara de publicar a su personaje “Avivato”, pues entendían que ese porteño pícaro y delincuente imaginado por Palacio, podría dañar la imagen del país frente a los visitantes que llegarían por el campeonato mundial de ese año. El dibujante, en represalia dejó también de publicar al “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia”. En 1982, recibió el premio Konnex por ser considerado uno de los cinco humoristas gráficos más importantes del país.
Su muerte fue inesperada y mereció el repudio de toda la comunidad. Se produjo el 14 de septiembre de 1984 durante un asalto perpetrado por una ex novia de uno de sus nietos llamada Claudia Sobrero, quien con sólo 21 años y junto su nueva pareja y otro sujeto, asaltaron drogados el domicilio del dibujante propinándole un golpe mortal en la cabeza con una plancha y 14 puñaladas fatales a su mujer. Esta homicida fue condenada y pasó 27 años presa; hoy está en libertad.
En una entrevista realizada en 1975 por la Revista “Siete Días” se lo describe como alto, delgado, con su cuerpo siempre erguido y movimientos suaves y elegantes. Cada detalle de su sobria vestimenta denotaba un cuidado especial. Por lo general permanecía serio, con gesto casi adusto. Pocas veces sonreía y nunca deja escapar una carcajada. El periodista Otelo Borroni que lo entrevistó sentía la tentación de asociar su imagen con la de un maduro conde ruso o la de un refinado aristócrata parisino. Sólo el particular brillo de sus ojos o el tinte de picardía que suele asomar en su mirada denunciaban al genial humorista que anidaba en su interior, un caballero de la tinta china y el humor. Esa es la imagen con la que prefiero terminar esta nota.
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