Ideados por el estadounidense John Dator, un “pope” de los Future Studies, que esquematizan opciones alternativas para el año 2050.
El primero de estos arquetipos se denomina “Crecimiento continuado”: Más globalización, automatización y desarrollo económico (el futuro propugnado por políticos y grandes empresas).
El segundo es el “Colapso”: crisis total debido al cambio climático, pandemias, meteoritos gigantes; guerras; ruina económica.
El tercero es la “Disciplina”: La sociedad se impone severas reglas de consumo, producción y presunta ética que pretendan hacerla sostenible y solidaria.
El cuarto es la “Transformación”: hechos imprevisibles trastocan repentinamente la globalización de un modo que posibilita un desarrollo equilibrado, bienestar social y respeto al ecosistema.
“El consenso de los visitantes es que estas instalaciones son muy provocadoras, particularmente el escenario de colapso, y les ayudan a evocar futuros deseables”, comenta a SINC Camacho. Precisamente, uno de los objetivos de la muestra es, además de promover una reflexión sobre el futuro e incitar “a una contribución activa y crítica en su proceso de construcción”.
Una sala de la exposición La Gran Imaginación / Fundación Telefónica
Futuros a la española: Está claro que se trata escenarios globales concebidos en Estados Unidos. Pero ¿y los españoles? ¿Cómo imaginan el futuro de su país? De cómo lo veían en 1908 la exhibición brinda una muestra con El Hogar eléctrico, un corto de Segundo de Chomón acerca de un hotel automatizado. España no ha estado al margen de la historia del futuro, defiende Javier Fernández Sebastián.
Ilustración titulada A la salida de la ópera en el año 2000, obra del periodista, caricaturista, ilustrador, escritor, escritor de ciencia ficción y novelista francés Albert Robida (1848–1926). Wikipedia
Si bien el utopismo no prosperó bajo la Contrarreforma, en el siglo XIX. Algunos pensaron que liberalismo, el anarquismo y el socialismo defendieron la creencia en un futuro mejor, e incluso surgió una ciencia ficción a semejanza de Julio Verne.
A partir de la Transición, se generalizó el optimismo en la capacidad de construir el futuro; la gente pensaba que viviría mejor que sus padres y que sus hijos a su vez la superarían, pero esa confianza últimamente ha mermado.
Javier Callejo, sociólogo de la UNED |
“La confianza ilustrada en que podemos modelar nuestro futuro caló principalmente en las élites españolas, sin que desapareciese la idea cristiana de que el futuro es asunto divino y que Dios proveerá para bien o para mal”, explica a Javier Callejo, sociólogo de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Callejo añade que “a partir de la Transición, se generalizó el optimismo en la capacidad de construir el futuro. La gente pensaba que viviría mejor que sus padres y que sus hijos a su vez la superarían, pero esa confianza últimamente ha mermado”.
Los estudios realizados por el investigador de la UNED y su equipo revelan que, “tras la crisis de 2012, los españoles comenzaron a sentir que el futuro se alejaba, aunque no perdían la esperanzaba, pues pensaban que, aunque les llevase más años, al final conseguirían un trabajo fijo o se comprarían un piso. Y pese a las dificultades en el plano individual, seguían apostando por un futuro colectivo”.
Sus investigaciones recientes revelan un cambio: “Ahora miran el futuro desde una posición pasiva, pues no piensan que éste despenda de ellos, sino de lo que hagan el Estado, la tecnología y los científicos”, observa. “Y por primera vez hemos detectado un sector minoritario de la población que descree de un futuro colectivo o individual. Está seguro de que la catástrofe es inevitable y solo se pregunta: ¿cuándo acabará todo?”.
Sobrecarga futurológica: Aunque la exposición no lo destaca, el perfil de los “adivinadores” del futuro ha variado. Durante milenios, de sondearlo se encargaron los chamanes en las tribus, los astrólogos de palacio, los profetas religiosos… A ellos se sumaron en la Edad Moderna los utopistas y los científicos; después se añadieron los filósofos, seguidos por los autores de ciencia ficción; y, finalmente, por los futurólogos con Herman Kahn y Alvin Toffler a la cabeza. En resumen: la imaginación futurista se ha vuelto menos elitista.
“En los últimos años la tendencia ha dado un salto; ahora predicen los tertulianos, los epidemiólogos, los economistas, los políticos, los publicitarios, los internautas y las grandes empresas…” |
En los últimos años, la tendencia ha dado un salto. Ahora predicen los tertulianos, los epidemiólogos, los economistas, los políticos, los publicitarios, los internautas y las grandes empresas, pues estas, subrayaba Camacho en la inauguración, además de promover mundos de ensueño vinculados a las nuevas tecnologías, también “producen metodologías para estudiar el futuro, como la prospectiva estratégica”.
Pero esta suerte de supuesta democratización, acelerada por el uso de las redes digitales, ha desembocado en un cúmulo de escenarios, muchos de ellos contradictorios. Se genera así una ‘sobrecarga futurológica’ que vuelve al horizonte aún más inescrutable. Y pese al fiasco de muchas anticipaciones, la ansiedad que nos causa la incertidumbre nos obliga a vivir tan pendientes de ellas como los antiguos griegos de sus oráculos. “Los medios de cada sociedad para sondear el porvenir pueden ser mágicos o racionales, pero su mecanismo psicológico sigue siendo el mismo”, apunta Ramos.
En su opinión, “lo que ha cambiado es que no consideramos las simulaciones hechas por ordenador con la ingenuidad con la que nuestros antepasados interpretaban el vuelo de los pájaros, en el que veían el designio infalible de un dios. Nosotros manejamos técnicas anticipatorias expuestas a fallos, y saberlo nos produce un gran desconcierto”, expresa el sociólogo, que también fue presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas.
El shock del futuro un clásico de la futurología. / SINC
Cultura de la anticipación: El desconcierto tiene lugar en un momento en que los tiempos se están precipitando. Lo sugiere el concepto de “Gran Aceleración” pensado por Nobel de Química, John Cruntzen: la transmisión del alocado ritmo de la actividad humana a las dinámicas ecológicas, con el efecto de apresurarlas. Urge prever las consecuencias de este frenesí si queremos atajarlas, y eso nos obliga a mejorar los métodos anticipatorios y a reducir la confusión causada por el maremágnum de previsiones, muchas de las cuales versan sobre “la relación de la humanidad con la naturaleza, en un abanico que va del optimismo tecnológico radical al catastrofismo igualmente radical”, apunta Ramos.
Con la sobrecarga futurológica ocurre similar a las desinformaciones. ¿Cómo distinguir las previsiones elaboradas correctamente de las meras expresiones de deseos o desesperación paranoica? Según Ramos, existen dos modos de encarar los futuros inciertos: “El primero consiste en adiestrar el pensamiento anticipador con el propósito de que la ciudadanía adquiera un conocimiento crítico de las técnicas predictivas, las simulaciones, los escenarios, los paneles Delphi, etc…”. Se trata, pues, de otra faceta del alfabetismo científico. El segundo, más práctico, “es la confianza”, continúa el catedrático de la Complutense.
“La mayoría de la gente, que no dispone de tiempo para adquirir ese conocimiento, se fía de quienes le inspiran más confianza; una opción que conlleva el riesgo de que adopten previsiones absurdas de supuestos expertos”, señala Ramos.
La imaginación y construcción del futuro es un tema eminentemente político. La pregunta siempre debería ser: ¿quién tiene la capacidad de imaginar futuros y el poder de construirlos? Jorge Camacho |
“Las luchas sociales y políticas actuales son, en última instancia, luchas sobre futuros”, concluye Ramos. En la misma línea, Camacho agrega: “La imaginación y construcción del futuro es un tema eminentemente político. La pregunta siempre debería ser: ¿quién tiene la capacidad de imaginar futuros y el poder de construirlos?”.
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