Gratia Plena
Por Amado Nervo
Todo en ella encantaba, todo en ella atraía
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como Margarita sin par,
el influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía:
era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
Yo gocé del privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!
¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría,
y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... como gota que se vuelve a la mar!
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El Poeta y Sus Secretos
[SEPA] Amado Ruiz de Nervo y Ordaz (1870-1919), más conocido como Amado Nervo, fue un poeta mexicano de la corriente modernista al igual que el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), el peruano César Vallejo (1892-1938) y el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938), entre muchos otros; todos integrantes de una misma nación cultural hispanoamericana.
Poeta de cadencia melancólica y mística, tuvo una vida signada por pérdidas dolorosas. Su padre fallece cuando apenas tenía nueve años, luego se suicida su hermano Luis, también poeta; y por último pierde al amor de su vida Ana Cecilia Luisa Daillez que inspiró sus versos más tristes agrupados en dos libros que tituló Serenidad y La Amada Inmóvil, colección ésta última, a la que pertenece el poema Gratia Plena que hoy compartimos. |
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Ana Cecilia fue un amor secreto para Amado Nervo; fue su luz e inspiración y la amó hasta la devoción. Inexplicablemente su amor fue clandestino y vivieron separados, tal vez para evitar los prejuicios sociales de la época, pues Nervo era diplomático y Ana Cecilia tenía una pequeña hija. La muerte comenzó a rondar el domingo 17 de diciembre de 1911. Ana cayó enferma con fiebre tifoidea. El jueves 21 se postró en cama y comenzó un doloroso calvario hasta el 3 de enero en que perdió la lucidez. Veintiún días borraron de golpe 10 años de una historia compartida. Ana falleció el 7 de enero de 1912.
“Esa muerte ha sido la amputación más dolorosa de mí mismo -escribió Nervo-. Un hacha invisible me ha dado un hachazo en la mitad de mi corazón. Los dos pedazos de la entraña quedaron allí trémulos, entre borbotones de sangre. Luego uno de ellos fue arrebatado por el brazo omnipotente de la Muerte, y el otro, mísero, siguió latiendo, latiendo… La tremenda rudeza del golpe no pudo apagar el ritmo de la vida… Siguió latiendo, así la triste entraña mutilada; siguió latiendo entre los coágulos obscuros y late todavía”.
Serenidad y La amada Inmóvil constituyen los versos a una muerta que reunió Nervo en homenaje a Ana Cecilia; escribió en Serenidad:
No te apartes de mi vera,
muere tú cuando yo muera.
¡Yo te lleve, pues te traje
Fuiste noble compañera
de viaje.
Rimemos nuestros destinos
para todos los caminos
que habremos de recorrer
en lo inmenso del arcano,
y vayamos por la muerte de la mano
como fuimos por la vida: ¡sin temor!
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Desde la muerte de Ana Cecilia, siete años más vivió Nervo y en ese tiempo cuidó de Margarita, la hija de Ana Cecilia, quien luego se casó con un sobrino de Nervo y tuvo cuatro hijos. Como diplomático fue enviado a Argentina donde conoció a Carmen de la Serna (tía de Ernesto Guevara, quien sería el icónico “Che Guevara” unos años después), de quien se enamoró platónicamente, pues al parecer no fue correspondido.
A la luz de los tiempos actuales se ha criticado la decisión de Nervo de ocultar a Ana Cecilia desde que la conoció en base a razones “profesionales, literarias, laborales diplomáticas o morales” o las que fueran; según contó Ana Cecilia su propia hija y luego ésta a su hijos y nueras. Tal vez a él le convenía mantener un retrato de místico, solitario, meditabundo y agobiado o simplemente era hijo de sus propios prejuicios; pero al final, en su propia correspondencia reconoce tarde su error y arrepentimiento. En 1919, antes de cruzar los 50 años de edad, también se entregó a la muerte y de él sólo queda el triste recuerdo de sus tormentos y como legado; una excelsa obra poética. |
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