Y Lunes y Martes y Miércoles Tres...
Relato anónimo y popular argentino
recreado por Silvio Marcelo Dall’Ara
[Silvio Marcelo Dall'Ara] Dura era la vida de Estratón. Huérfano de muy niño, el recuerdo de sus padres era apenas una tibia añoranza de rostros borrosos. Ahora era el criado de la casa de un capataz del pueblo y ganaba su comida trabajando de sirviente. Su triste presente transcurría entre los aporreos que recibía del hijo del Patrón y las tareas cotidianas que le imponían. Sacaba el agua del pozo, hacía las compras en el almacén para la Patrona, lavaba los platos, limpiaba los pisos, regaba la calle de tierra para que no se levante el polvo, cuidaba la huerta de la quinta y, la tarea más fatigosa, salía con el burro cada tanto rumbo al monte para buscar leña para la cocina y la chimenea.
El fornido vástago del Patrón, solía pegarle una cachetada en la nuca cada vez que se cruzaba con él y cuándo éste se quejaba o gritaba, venía el viejo y lo amansaba con azotes, diciendo entre risotadas que su nene tenía que aprender a mandar y… así lo hizo por varios años, ejercitándose con Estratón.
Pasó el tiempo y los niños crecieron alimentando su mutuo desagrado hasta que ambos tuvieron 16 años. Una tarde de invierno, Batracio, así apodaban al hijo del Patrón sus amigotes, hizo una fiesta en la casa; cuando sus padres estaban de visita en un pueblo vecino hasta el otro día. Al terminar la reunión en la madrugada siguiente, el desorden y la mugre era tal, que Batracio se asustó y despertó a Estratón ordenándole que limpie, bajo amenaza de acusarlo de tamaño desastre.
Tanta fue la mala suerte de Estratón que, cuando apenas comenzaba su tarea, llegaron de súbito los patrones y lo encontraron en medio de la basura que habían dejado los invitados de la fiesta. Nunca olvidaría la paliza que recibió, quedándole grabada la imagen del viejo sacando el cinto y azotándolo sin siquiera preguntar hasta hacerlo sangrar, mientras la vieja enardecida le gritaba:
¡¡¡Pegale, pegale para que aprenda el infeliz!!!
Los gritos del joven despertaron a Batracio que salió de su habitación para encontrarse con la imagen de Estratón acuclillado y marcado por lonjas rojas en su lomo que atravesaban su camisa hasta la carne viva. Flojo como era, Batracio estuvo apunto de vomitar cuando vio al criado manchando el piso con su sangre, y más por asco que por piedad, le pidió a su padre que se detuviera. Con su rostro rubicundo abotagado por la agitación del esfuerzo, el hombre cesó y se retiró a sentarse en la cocina acompañado de su mujer, que en medio de los trastos desordenados por la fiesta comenzó a prepararle un té de tilo para que se tranquilice.
Batracio, que había quedado en la sala, venciendo el asco que le daba la sangre, se acercó a Estratón y mirándolo desde sus ojos claros y fríos, le dijo:
-¡¡¡Ni una palabra de lo que pasó al viejo!!!
Estratón resignado se incorporó lentamente, sabía que nadie le iba a creer y se dirigió al lavadero para limpiarse con agua las heridas, que le ardían como si tuviera brasas en la espalda. Ni el frío de la estación invernal lo calmaba. Fue castigado a limpiar la mugre que había generado Batracio con sus amigotes y ese día se quedó sin comer hasta la tarde cuando después de trabajar, recibió una ración de pan de ayer con mate. Cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas del oeste, salió la vieja y le dijo:
-Te vas al monte a traer leña y después te acostás sin cenar.
Con la última porción de pan duro masticándola, Estratón fue a buscar al burro para cargarle las alforjas y ambos salieron por el camino del monte a cumplir su misión. Caminaban lento por los senderos y se detenían de tanto en tanto, como si el burro percibiera su dolor. A Estratón le faltaba aire, estaba débil y sentía el frío del invierno con la sola camisa que llevaba puesta. El burro lo hociqueaba como si quisiera consolarlo y Estratón le acariciaba el hocico con cariño. Se dejó guiar por el animal por un sendero que se hacía cada vez más estrecho y selvático mientras los coyuyos silbaban su último canto a medida que la luz se difuminaba en la tarde noche del monte… Para seguir leyendo: Click aquí o en el PDF
El Cuento Folklórico Argentino
[Silvio Marcelo Dall'Ara] La riqueza cultural argentina abreva de las tradiciones mestizadas de los pueblos originarios y de los españoles, circunstancia que ha generado un sincretismo religioso producto de la fusión del cristianismo con creencias populares ancestrales. Numerosas recopilaciones de relatos transmitidos oralmente de generación a generación, dan cuenta de esta particular fisonomía del folklore de los pueblos hispanoamericanos.
Lo que caracteriza a los cuentos populares en primer lugar es su oralidad; lo que a su vez invisibiliza al autor originario, porque el relato se va enriqueciendo con cada narración transformándose en una obra colectiva y anónima. Como consecuencia de esta dimensión colectiva los relatos reflejan la cultura sincrética del pueblo mestizo que los ha generado y admiten varias versiones. Tradición oral, anonimato o creación colectiva, sincretismo cultural-religioso y la existencia de varias versiones de un mismo relato; son las cuatro características básicas de los cuentos folclóricos.
Con la llegada de la inmigración mayoritariamente italiana, la última oleada española de fines del siglo XIX y la de franceses, irlandeses, árabes y judíos; se diversifican las fuentes culturales del folklore argentino que introduce tradiciones orientales como las derivadas de “Las mil y una noches” y las celtas traídas por inmigrantes irlandeses; que se reflejan, éstas últimas por ejemplo, en la cantidad de relatos de duendes criollos que aparecen a fines de siglo XIX. |