Una sensación extraña se apoderaba del espíritu de Belgrano, pues fue informado que el ejército que llegaba desde el alto Perú -superior en número, armas e integrado por aguerridos soldados profesionales-, lo comandaba su antiguo amigo, camarada y compañero de estudios en Salamanca; el también abogado y General, Don Pío Tristán. La madrugada primaveral del 24 de septiembre de 1812 estaba más fresca que lo usual y la sequía invernal se resistía a ceder. La población de Tucumán estaba inquieta por los rumores que llegaban del norte y los tucumanos habían pedido a Don Manuel que no los abandone y le ofrecieron su apoyo incondicional y tanto hombres como mujeres de esas familias se alistaron en el Ejército del Norte uniéndose a un grupo de jujeños que habían acompañado al General en el éxodo de Jujuy que había organizado en agosto de ese año. Se los conoce con el nombre de “los decididos” y en su destino estaba escrito, demostrar su valor en la batalla de Tucumán.
Éxodo Jujeño que comenzó el 29 de agosto de 1812
En las primeras horas de luz, a metros de la plaza central de Tucumán se encontraba Belgrano organizando uno de los grupos de voluntarios que se ofrecieron para luchar, cuando una procesión con la imagen de la Virgen de la Merced se dirigía a la Parroquia. Fue cuando Don Manuel, devoto como era, se arrodilló frente a la Virgen y le pidió protección para sus hombres y para su pueblo tucumano; prometiéndole su sable.
Antiguo dibujo de la plaza, el Cabildo y de la Iglesia y Convento de San Francisco
Tucumán era una aldea organizada con cuadrículas a la española, en cuya plaza había un cabildo colonial (donde hoy se encuentra la Casa de Gobierno). Frente a la plaza sigue estando en la esquina noroeste, la Iglesia y convento de San Francisco; en la esquina sudeste en diagonal, la Iglesia Catedral; una cuadra más al este y mirando al cerro la vieja Capilla de la Merced y dos cuadras hacia el sur oeste de la plaza. la iglesia y convento de Santo Domingo. La pequeña aldea llenaba cinco o seis manzanas hacia los cuatro puntos cardinales desde la plaza principal. Al norte terminaba con viejo cementerio ubicado alrededor de la Iglesia del Buen Pastor, que todavía sigue en pie y siete cuadras más al sur que Santo Domingo quedaba el Campo de las Carreras, que se extendía hacia el oeste cerca de dos kilómetros y más al oeste se encuentra el piedemonte del cerro San Javier y el histórico Camino que llevaba hacia el Alto Perú (o Camino del Perú).
Plano de Tucumán en 1812
Es por ese camino del Perú (hoy una avenida pedemontana), que el ejército de Tristán venía acercándose a la pequeña aldea. Sus columnas principales se enfrentaron a los patriotas en los pajonales del campo de las carreras. Del lado patriota, un heterogéneo grupo de oficiales comandaron diferentes columnas para la batalla. Manuel Dorrego las reservas; Diego de Balcarce, los “Dragones del Perú”; Manuel Ascencio Padilla se encargaba de las columnas que venían de Santiago del Estero y del Perú; el Capitán irlandés Ignacio Warnes dirigía las columnas centrales, el Botánico y militar austríaco Eduardo Kaunitz de Holmberg comandaba la artillería; el Tucumano Gregorio Aráoz de Lamadrid, José Superí y Eustoquio Díaz Vélez al mando de sendas columnas gauchas.
Las acciones de la batalla empezaron de manera confusa y la columna de Belgrano se vio obligada a replegarse. Las columnas de Tristán sufrieron diferente suerte y cuando estaban a punto de alzarse con una victoria una providencial manga de langostas oscureció los pajonales en los que se guarecía el grueso del ejército realista sembrando confusión y facilitando a diferentes columnas patriotas tomar prisioneros y controlar la situación. Temeroso de la inesperada resistencia Pío Tristán es intimado a rendirse; perlo logra huir hacia a Salta perseguido por el aguerrido Coronel José Moldes quien diezmará aún más a las tropas realistas.
El Ejército del Norte obtuvo la victoria más importante de la guerra de la independencia; que se consolidó luego en Salta unos meses después en otra batalla comandada por los mismos hombres bajo el mando del Gral. Manuel Belgrano, un 20 de febrero de 1813. Sin el triunfo de Tucumán no se hubiera podido declarar la Independencia en 1816 y Argentina no hubiera existido; aunque fue el preludio de una unidad hispanoamericana todavía pendiente. El Alto Perú (hoy Bolivia) integraba el conjunto de provincias de Sudamérica que declararon al independencia no sólo de España sino de toda otra potencia extranjera.
En este contexto histórico hoy, puede sostenerse que la crisis de la Metrópolis española provocó la secesión el inmenso imperio; pese a los esfuerzos de muchos americanos de preservarlo. En Tucumán, ambos ejércitos tenían los mismos estandartes (la tradicional bandera con la cruz roja de San Andrés) y todavía puede apreciarse el capturado por Manuel Belgrano a las tropas de Pío Tristán, en la Iglesia de la Merced de Tucumán. En la Batalla de Salta, el ejército del Norte usará como estandarte la bandera azul-celeste y blanca creada por Belgrano, inspirada en los colores de la Inmaculada Concepción; devoción insignia de la casa de los Austrias, luego adoptada por los Borbones para la Orden de Carlos III, para intentar congraciarse (esfuerzo infructuoso) con el pueblo español. Belgrano le dio la oportunidad a su amigo y colega Pio Tristán de unirse a la lucha y decidió perdonar la vida de los soldados tomados prisioneros. Gesto noble reconocido por su adversario, que decidió seguir su camino. Al finalizar la batalla, que duró casi dos días, Don Manuel Belgrano regaló a la Virgen de la Merced su sable y bastón de mando; nombrándola “Generala del Ejército del Norte”. En Tucumán tuvo lugar la victoria militar más importante de la guerra de la Independencia. Cuatro años después en la casa solariega de Doña Francisca Bazán de Laguna, a dos cuadras al sur de la Catedral de Tucumán, se reunieron los diputados de las distintas provincias del Virreinato y declararon la Independencia de los pueblos de Sudamérica, de la corona española y de toda otra dominación extranjera. |