Débora Goldstern
y sus Mundos Subterráneos
"Mundo Interior" de la novela de William R. Bradshaw “La Diosa de Atvatabar”.
[SEPA] Cuenta Débora Goldstern, en su libro “Tierra Hueca” (Colección Círculo del Misterio-Editorial Guante Blanco. España - 2018), que el Capitán James Cleves Symmes del ejército estadounidense, en 1823 solicitó al Congreso de los Estados Unidos que financie una expedición al centro de la Tierra; avalado por Richard Johnson, un representante de Kentucky que llegaría a ser vicepresidente de ese país. Este insólito pedido implicaba, entre otras cosas, presuponer la oquedad de nuestro planeta.
James Cleves Symmes (1880-1829)
Desde mucho antes de los tiempos de Symmes, la idea de la Tierra Hueca era tributaria de una extensa tradición que se nutría de dos fuentes aparentemente antagónicas: la ciencia y el pensamiento mágico (dentro del cual englobamos a las tradiciones religiosas, mitología y leyendas).
Si a la ciencia nos remitimos, Atanasius Kircher (1601-1680), fue un científico y jesuita alemán que escribió entre 1665 y 1678 su obra Mundus subterraneus, quo universae denique naturae divitiaeen el que sostenía que el globo era parcialmente hueco, ocupado por cavernas y canales por debajo de la corteza sólida, ideas que compartieron Isaac Newton y Leonardo Da Vinci.
El británico Edmond Halley (1656-1742), capitán de barco, cartógrafo, subdirector de la Real Casa de la Moneda, profesor de Oxford, astrónomo y destacado científico; sostuvo que la Tierra era en realidad una cáscara hueca de unos 800 km de espesor y que en su interior existen otras dos cáscaras concéntricas (del diámetro de Venus y Marte) y un núcleo interno (del tamaño de Mercurio), separados por atmósferas gaseosas. Esta teoría, desde su perspectiva, explicaba las auroras boreales, que eran emanaciones de los gases procedentes de las atmósferas interiores de la Tierra. Halley es también conocido porque un cometa lleva su nombre, honor póstumo que le dispensaron por haber calculado su órbita y pronosticado que el astro regresaría en 1759; algo que pudo ser verificado después de su muerte.
También se atribuyó a Leonard Euler (1707-1783), un matemático del siglo XVIII la afirmación de que la Tierra era hueca, que contenía un sol central y que estaba habitada. A pesar que esta atribución goza de gran popularidad, nunca se ha encontrado manuscrito alguno o testimonio directo, de que este matemático haya hecho tales afirmaciones.
Como bien lo aclara Débora Goldstern existen tres conceptos que presentan cierta similitud, pero que se refieren a tópicos diferentes. En primer lugar las Teorías sobre la Tierra Hueca; que pudieron haberse originado en especulaciones proto-científicas como las de Halley o Euler, pero que luego generaron mucha pseudociencia o en el mejor de los casos, literatura. La escritora analiza esta problemática en su libro “Tierra Hueca”.
En segundo lugar la idea del inframundo, que se vincula a cierta dimensión trascendente de diferentes corrientes religiosas, tanto paganas como judeocristianas y que requieren ser interpretadas en un contexto de cierta espiritualidad. En este orden, esta vertiente mágica o mística; ofrece desde sus diferentes tradiciones múltiples variaciones sobre esta creencia. Están las que tienen raigambre religiosa. Recordemos al infierno de la tradición judía al que se llamó Seol o She’ol (en hebreo שאול), descripto como lugar de oscuridad al que van los muertos (referido en Génesis 35:37 y Proverbios 30-15:16); al Hades de los griegos narrado por Homero en la Ilíada y la Odisea y al Duat egipcio en donde tenía lugar el juicio de Osiris referido en el libro de Amduat. La tradición cristiana nos narra sobre el Abysos (Lucas 8:31-32; Romanos 10:7; Apocalipsis 9:1, 2, 11; 11:7; 17:8; 20:1, 3), el Tártaro (2 Pedro 2:4) y el Hades (Mateo 11:23; 16:18; Lucas 10:15; 16:23; Hechos 2:7, 31; 1 Corintios 15:55; Apocalipsis 1:18; 6:8; 20:13-14), entre muchas otras menciones para referirse a un inasible u oscuro mundo intraterreno.
Más cercano en el tiempo la escritora rusa, ocultista y fundadora de la “Sociedad Teosófica” Helena Blavatsky (1831-1891), en su extensa obra titulada “La Doctrina Secreta” propone la existencia del reino subterráneo de Agartha con su mítica capital, Shambhala. Estas ideas trascendieron el interés de los amantes del misterio. En este contexto, Débora Goldstern, en su libro “Tierra Hueca” refiere las indagaciones que Louis Pauwels y Jacques Bergier hicieron en su libro “El Retorno de los Brujos” sobre el nazismo y el interés que los jerarcas nazis tuvieron en las creencias sobre la “Tierra Hueca”; demostrando el frágil límite que existe entre la ficción y la realidad y lo peligroso que es, cuando los mismos se difuminan.
El último de los conceptos que refiere Débora Goldstern es, la idea de los mundos subterráneos existentes en cavernas u oquedades de la corteza terrestre, que es lo que la investigadora desarrolla en su libro “Secretos Subterráneos de los Mundos Olvidados”, que se inscribe en lo que podríamos llamar “cripto-arqueología”, cuestión que ha generado un sinfín de interrogantes basados en datos ciertos y verificables, que en muchos casos han sido ocultados. Su aporte en este análisis es prolijo, documentado y muy valioso. |
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La reseña precedente, necesariamente incompleta (pues demandaría varias páginas la sola mención de quienes escribieron sobre la “Tierra Hueca”), nos ilustra la ubicuidad de una idea peregrina de la que se han ocupado desde hace milenios: místicos, científicos, eruditos, escritores, fabuladores patológicos, mentirosos profesionales y aventureros de toda índole. También elude las obras literarias que inspiró, por ejemplo: “Viales de Arthur Gordon Pym” (Edgar Allan Poe-1833); “Viaje al centro de la Tierra” (Julio Verne-1863); “La Diosa de Atvatabar” (William R. Bradshaw-1892); “El Dios Humenante” (Willis George Emerson-1908); “En el corazón de la Tierra” (Edgar Rice Burroughs-1914) y “La sombre más allá del tiempo” (Howard Philips Lovecraft-1936), entre muchos otros.
¿Qué aportan los libros de Débora Goldstern a este recurrente tema? Síntesis, documentación y sobriedad. En su libro, cuyo sugerente título es “Secretos subterráneos de los mundos olvidados”, investiga con rigor al húngaro argentino Janos Móricz descubridor de la cueva de los Tayos en Ecuador, en la que habrían encontrado reliquias arqueológicas de civilizaciones muy pretéritas a las conocidas. Es una historia relativamente emparentada con su segundo libro “Tierra Hueca”, en tanto el objeto de investigación implica también al interior de la tierra. Sin embargo es justo decir, reiteramos, que “Secretos…” se sustenta en hechos (muchos de ellos comprobados) que han generado la atención de muchísima gente e incluso de investigadores y gobiernos extranjeros y encierra misterios que todavía esperan ser esclarecidos. La autora hizo una evaluación minuciosa y prolija de los datos obtenidos dejando abierta una serie de posibilidades que están lejos de agotar esta investigación. |
Al analizar la “Teoría de la Tierra hueca” en su segundo libro, la autora no cede a la mistificación y polución informativa que ha ocurrido en las últimas décadas sobre este tema; aportando datos concretos sobre los personajes involucrados en este creencia como el Capitán John Cleves Symmes. Explica también la confusión generada alrededor de la figura del Almirante Richard E. Byrd y la verdadera identidad de Raymond Bernard, alguien que es asociado a esta creencia como su principal divulgador en la primera mitad del siglo XX. Por último refiere la “conexión argentina” de este misterio, que involucra al ingeniero Ricardo Tarpin y al autor Marcelo Martorelli a quien destina un prudente elogio, destacando sus dotes literarias y dejando abierta una duda necesaria en el tema que propone.
Los tiempos actuales son contradictorios. Por un lado exhiben un positivismo agnóstico y racionalista ingenuamente esperanzado en el progreso de la ciencia; que -hay que reconocerlo-, finalmente resultó insuficiente para resolver los más profundos problemas humanos. Por el otro, han resurgido ideas originadas en tradiciones ancestrales que regresan al presente de diferentes maneras. A veces asumen una modalidad hermética o esotérica con formas inaccesibles, reservadas para ciertos iniciados y preservadas de la curiosidad de neófitos y profanos y del necesario escrutinio de la razón; otras veces se vulgarizan comercialmente para atrapar incautos y por último, en su forma más peligrosa, se encubren bajo las vestiduras de la ciencia.
Débora Goldstern no alimenta esa confusión sino que se introduce de manera digna en los misterios que investiga, aportando datos y señalando las limitaciones que encuentra, sin sacar conclusiones apresuradas. Desmaleza los misterios que aborda, de la charlatanería y el desparpajo de los fabricantes de best-seller, e induce al lector a seguir reflexionando sobre los interrogantes genuinos que quedan en pie después de la lectura de sus obras. Fiel a una tradición de autores genuinos como lo fueron en su momento Louis Pauwels y Jacques Bergiér; puede conmover la ortodoxia y rigidez del conocimiento “aceptado” sin caer en lugares comunes y sensacionalismo, a la par que proponer nuevos caminos en el difícil conocimiento de la mágica realidad de nuestro presente. La gratificante lectura de sus libros “Secretos subterráneos de los mundo olvidados” y “Tierra Hueca” (madre de todas las conspiraciones), lo comprueba. |
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