No es la primera vez que el comportamiento orbital anómalo de objetos conocidos conduce a un nuevo descubrimiento. Tampoco sería la primera vez que no lleva a nada más allá de una revisión mejorada de las medidas |
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En otras oportunidades el comportamiento orbital anómalo de objetos conocidos llevó a un nuevo descubrimiento. Pero en otras ocasiones sólo aportaron una corrección de medidas.
Sin embargo en esta oportunidad estamos frente a una historia diferente que comienza con el descubrimiento en 1781 por William Herschel y su telescopio de un nuevo miembro del Sistema Solar: Urano. El nuevo planeta tiene una órbita larga, 84 años, y durante los 60 años posteriores a su descubrimiento los astrónomos emocionados con el nuevo juguete estuvieron calculándole las efemérides (una tabla de valores que da las posiciones de los objetos astronómicos en el cielo en un momento dado) basándose en la posición de los planetas conocidos hasta la fecha. El problema era que los cálculos y las observaciones no coincidían, lo que llevó al matemático francés Le Verrier a proponer, en 1846, la existencia de otro planeta más externo para poder explicar las diferencias. El planeta causante de las desavenencias se encontró ese mismo año muy próximo a la posición predicha, se le llamó Neptuno.
En los últimos años se han acumulado datos de patrones orbitales peculiares en algunos objetos más allá de la órbita de Neptuno |
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Con el descubrimiento matemático del planeta Neptuno pudieron explicarse los movimientos que no se podían explicar de otros objetos en el Sistema Solar y continuaron inspirando predicciones de la existencia y a menudo localización de objetos en los confines del entorno inmediato.
Cinturón de Kuiper
Así, y a pesar de añadir el nuevo planeta Neptuno a los cálculos seguían existiendo pequeñas discrepancias en las órbitas observadas y calculadas de los planetas gigantes, lo que motivó la búsqueda del planeta X con la construcción incluso de un observatorio, el Observatorio de Lowell en Arizona que finalmente condujo al descubrimiento de Plutón. Plutón es un planeta enano desde el 2006 y volviendo a la historia que nos traemos entre manos tenía mucha menos masa, unas 3200 veces menos, que el planeta X que estaban buscando. Finalmente las medidas revisadas de la masa de Neptuno por la sonda Voyager 2 arreglaron el desaguisado de las diferencias de las órbitas de los planetas gigantes y eliminaron la necesidad de un cuerpo masivo en los confines del sistema solar. Hasta hace unos años.
Sin embargo, en los últimos años se han acumulado datos de patrones orbitales peculiares en algunos objetos más allá de la órbita de Neptuno. Son cuerpos que se mueven con órbitas elongadas, en elipses orientadas en la misma dirección, en planos inclinados con el mismo ángulo y con órbitas, algunos, en direcciones opuestas a las normales. No se pueden explicar por la influencia de los cuerpos grandes que conocemos y sugieren la posible existencia de un planeta que todavía no hemos visto, pero que estaría a una distancia entre 300 y 800 veces más lejos del Sol que la Tierra. Sería un planeta grande con una masa entre 5 y 10 veces la del nuestro, con una órbita moderadamente inclinada (15-25 grados) y elongada. Sería sobre todo un planeta difícil, pero no imposible, de detectar en la próxima década y cuyo proceso de formación además representa, debido a su gran distancia al Sol, un problema formidable.
Estos paneles muestran la escala relativa de (en el sentido de las agujas del reloj desde la parte superior izquierda): El sistema solar interior, el sistema solar exterior, la órbita de Sedna en el disco disperso y la Nube de Oort. Crédito: NASA / Caltech
Es en esa población de escombros dispersos distribuidos entre la órbita de Neptuno y los confines del Sistema Solar (la heliosfera); se esconde ahora mismo, como el diablo en los detalles, la historia de la formación del Sistema Solar, su evolución dinámica y quizás un nuevo planeta. Como en la vida suele ocurrir, no encontramos algo que tenemos, quizás literalmente, delante de las narices.
Sin embargo cabe preguntarse ¿De dónde surgió el Planeta 9? Hay 3 teorías principales. La primera sostiene que se formó en el mismo lugar en el que ahora se esconde, lo que se considera relativamente improbable, porque requeriría que el Sistema Solar se hubiera estirado tanto como su lejano refugio.
La segunda teoría propone que en realidad es un impostor alienígena, un objeto robado de otra estrella hace mucho tiempo, cuando el Sol estaba aún en el grupo estelar en el que nació. El problema con esta historia es que existen las mismas probabilidades de que el planeta se hubiera perdido en el siguiente encuentro, así que estadísticamente esta hipótesis modelo presenta problemas.
Y la tercera teoría que también es cuestionable, sostiene que el paneta se habría formado mucho más cerca del Sol, en una fase temprana del desarrollo del Sistema Solar, cuando los planetas estaban empezando a posicionarse fuera del gas y el polvo circundantes. De alguna manera estuvo alrededor de la región de su formación, antes de ser dispersado por Júpiter o Saturno, y posteriormente tuvo su órbita modificada por las estrellas que pasaban.
Hay un escenario que resultaría particularmente extraño que es perfectamente posible: que el Planeta 9 nunca aparezca. Después de todo, podría no ser un planeta sino un agujero negro.
Todas las evidencias que indican que ahí hay un objeto son gravitatorias y aunque estamos acostumbrados a la idea de que los planetas ejercen un fuerte atracción gravitatoria, hay otras cosas más exóticas que pueden generarlo. Algunas alternativas verosímiles para el Planeta 9 incluyen una pequeña pelota de materia oscura ultra-concentrada, o un agujero negro primordial. Al estar los agujeros negros entre los objetos más densos del universo, es totalmente factible que estén deformando las órbitas de objetos alejados en el Sistema Solar Exterior.
Esta tesis genera un verdadero problema. Pese a que la masa de este agujero negro sería la misma del hipotético Planeta 9 (hasta 10 veces la de la Tierra), estaría condensada en un volumen similar al tamaño de una naranja. Encontrarlo sería como encontrar una aguja en un pajar y requeriría algo de ingenio. Hasta ahora se han propuesto diversas soluciones, desde buscar los rayos gamma que emiten los objetos al caer atrapados en los agujeros negros hasta lanzar al espacio cientos de naves diminutas que podrían, si hay suerte, pasar lo bastante cerca como para ser atraídos hacia él. Como esa misteriosa fuerza gravitatoria emana de los confines de nuestro Sistema Solar, las sondas tendrían que ser lanzadas mediante un láser terrestre que las impulsara a un 20% de la velocidad de la luz. Por debajo de esa velocidad, les llevaría cientos de años llegar a su destino y el experimento podría prolongarse más de lo que suele durar una vida humana. |