1. Cuando moría me enlazó en su brazo
cual reptil de palpitante raso;
y con voz afiebrada y lastimera,
me dijo que cual última terneza,
y en recuerdo de toda su belleza,
me dejaba su blanca calavera…
2. Que robara a la hambrienta sepultura,
ese último jirón de su hermosura,
que una lívida amante me sería,
y en mis horas, alegres o de duelo,
su alma descendiendo desde el cielo,
a través de sus cuencas me vería…
3. Pasa el tiempo…El ave silenciosa
del recuerdo voló sobre su fosa,
llamándome a cumplir aquél pedido,
que cual lúgubre flor de sus amores,
me dejó en los postreros estertores,
temerosa a los lutos del olvido.
4. Y era de noche. Oscuridad y viento;
la lluvia desgarraba el firmamento;
batida en sus ramajes la espesura;
los jardines tronchados y barridos;
y del mar, el estruendos y los rugidos;
resonando a lo lejos con pavura…
5. Ardiente el corazón, los miembros yertos,
escalé la muralla de los muertos;
y pensando en la súplica postrera
de esa lívida novia del misterio,
me perdí en el profundo cementerio,
porque iba a robar su calavera.
6. Por las calles desiertas y medrosas,
buscando en los letreros de las fosas,
llegué hasta su sepulcro solitario.
El viento en los cipreses sollozaba,
y la lluvia, furiosa, me azotaba,
cual queriendo arrojarme del osario.
7. De una lámpara, sorda bajo el brillo,
su mármol quebranté con un martillo.
Cual fatídico abismo, negro y hondo,
de la tumba la puerta entenebrida
abierta contemple… De entre su fondo,
¡Botó una bocanada corrompida!
8. Y en lo profundo de la negra caja,
entre blancos jirones de mortaja,
la miré desleída y pestilente:
sepultadas sus formas y sus manos,
entre olas hirvientes de gusanos
que tragaban su carne lentamente.
9. En sus sienes, mechones de cabellos,
sus ojos… ¡Ay! como ningunos bellos,
convertidos en cuencas pavorosas;
en su boca, que fue roja granada,
una muda y horrible carcajada,
y su pecho en piltrafas asquerosas.
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10. De su belleza que radió cual astro,
no había allí tan siquiera un rastro.
Era un informe y corrompido andrajo.
La miré contristado, mudo, inerte:
y medité en los festines de la muerte,
y me hundí en el sepulcro abierto a tajo
11. Temerosas tendiéronse mis manos
al inmenso hervidero de gusanos.
Busqué de la garganta las junturas:
nervioso retorcí, hubo traquidos
de huesos arrancados y partidos…
hasta que hollando vil la sepultura.
12. Hui miedoso entre las sombras crueles,
creyendo que los muertos en tropeles,
levantaban su forma descarnada
corriendo a rescatar su calavera,
esa yerta y silente compañera
de la lóbrega noche de la nada…
13. Eso pasó… fue ayer… hoy, en mi mesa,
cual escombro final de su belleza,
helada, muda, lívida e inerte,
sobre mis libros en montón, reposa,
cual una gigantesca y blanca rosa
que ostentase la risa de la muerte.
14. Sus grandes cuencas, como dos cavernas,
me contemplan inmóviles y eternas.
Atónito, al mirarlas, me figuro
que su alma tal vez huya del cielo,
para, triste, silente y con anhelo,
mirarme allá, desde su fondo oscuro.
15. Entonces con amor llego hasta ella
y cual si fuera, cuando viva y bella,
por sus huesos, mis manos se deslizan:
siento de ansia el corazón opreso,
y en el instante que le doy un beso,
me encuentro ¡Ay! con su macabra risa.
16. Y allá, de la alta noche, cuando escribo,
ante su faz sintiéndome cautivo,
me parece que se abren sus quijadas,
y que en frases muy tiernas, temblorosas,
me pide que le diga blandas cosas,
como en noches amantes y borradas…
17. Y soñando la veo transformarse,
en la bella de entonces y acercarse…
y sentirme yo suyo… y ella mía…
Más, al instante mi pupila advierte,
que no es sino la imagen de la muerte,
que me contempla estática y sombría.
18. Ya llevan mucho tiempo estos amores…
Es ella quien conoce mis dolores,
sueños todos de mi vida entera…
Ella me da la desnudez que viste,
y yo el cariño de mi alma triste,
teniéndola de novia hasta que muera.
19. Y cuando rompa de la vida el lazo,
cual ella a mí, la enlazará mi brazo,
y antes que en mi redor todo sucumba,
le diré como frase postrimera
¡Acompáñame, pobre calavera!
¡Acompáñame, amada, hasta la tumba!
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