La Falsa Medida del Mundo
Tercer Misterio
[SEPA-DiarioEl Peso] Gerardus Mercator, había nacido el año 1512, con el nombre más prosaico de Gerard Kremer, en la casa de un zapatero en el pequeño poblado de Rupelmonde de Flandes, unos meses antes que se cumplieran 20 años del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. Aquel mismo año, durante el febrero más frío que se recordara hasta entonces, fallecía en Sevilla el navegante florentino Américo Vespucio sin saber que el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, cuatro años antes (en 1507) había bautizado como América a las tierras descubiertas por Colón, hasta ese momento innominadas.
Waldseemüller, había ungido tal honor al florentino en su obra largamente titulada “Universalis cosmographia secundum Ptholomaei traditionem et Americi Vespucii aliorumque Iustrationes” atribuyéndole además por equivocación, el mérito del descubrimiento. Tal vez no resultaba elegante para la época que un personaje de dudoso origen, genovés o piamontés o quién sabe de dónde, inspirado en leyendas templarias de dudoso gusto y trabajando como mercenario a favor de la Corona de Castilla haya realizado tamaño descubrimiento.
Américo también era un mercenario que trabajaba, ora para Castilla, ora para Portugal, pero era además un elegante Florentino, culto y refinado hijo del prestigioso notario y acaudalado comerciante y financista Nastagio Vespucio.
Por razones que son dignas de otra historia, Waldseemüller trabajó en un nuevo atlas al que denominó con más humildad “Tabule Terre Nove”, obra en la que comenzó a rectificar el error cometido, atribuyendo el descubrimiento al “Almirante”, a quien cita en una breve nota aclaratoria “…esta tierra y las islas adyacentes fueron descubiertas por el genovés Colón, por mandato del rey de Castilla…”. América pasó a ser “Terra Incógnita” en aquel mapa, pero ya se había consumado una de las más grandes incongruencias históricas. A partir de ese momento se supo que Colón había descubierto América, pero nadie entenderá por qué las nuevas tierras se denominan así.
Ajeno a estos acontecimientos crecía el joven Kremer, quien luego adoptaría el latinizado nombre de “Gerardus Mercator”, a instancias de un humanista holandés llamado Jovis Van Lanckvelt que ya había latinizado el suyo para llamarse “Georgius Macropedius”.
Kremer, o si se quiere el posterior Mercator, había conocido a Macropedius en su primera juventud, cuando estudiaba matemáticas y astronomía con un condiscípulo algo mayor, Regnier Gemma, que luego adoptará el apodo latinizado de “Frisius”.
Estos jóvenes, al igual que su maestro, fueron presa de un sentimiento de pérdida del que derivó su impulso latinizante. Un acontecimiento explica este impulso, que se convertirá en una moda post medieval. La caída de Constantinopla, a manos del Imperio Otomano, ocurrida el 29 de mayo de 1453, significó para el occidente, la pérdida de una referencia paradigmática y una desolación cultural que sus contemporáneos asimilaron a la caída del orbe occidental mil años antes. Desaparecía a manos de los turcos un imperio de dos mil años, un marco de referencia más simbólico que real, pero, precisamente por ello; más arraigado en el inconsciente colectivo de un mundo de medieval en desaparición. Los custodios de la tradición clásica bizantina, emigrarán al occidente y con sus aportes, la vieja cultura clásica reaparecerá con nuevas vestiduras para generar una época distinta a todas las pasadas, aunque con un lejano sabor clásico y pagano.
Este hecho político y militar amenazó también a otro de los últimos vestigios de la desaparecida organización de la última y decadente Roma: la Iglesia Católica. Extendida como la vieja Roma, desde las columnas de Hércules hasta el oriente cercano, sin embargo, la superaba en extensión hacia las tierras del Norte, nunca conquistadas por las legiones romanas pero sí evangelizadas por sus sacerdotes. La iglesia católica romana había preservado lo más importante de la desaparecida Roma imperial: el Derecho y la Fe que Constantino había adoptado para el estado. El cisma luterano quebró la unidad del cristianismo, la proliferación de confesiones rebeldes a Roma le hicieron perder su influencia en el norte de Europa; pero la Roma eclesial, aun así, resistió. El tránsito de la Roma Imperial a la Roma Eclesial había sido igual de cruento y doloroso que el tránsito de la vieja Monarquía Arcaica a la República y el de ésta al Imperio. |
|
El maestro Macropedius, en su juventud, influenciado por el signo de su época, orientó su desolación convirtiéndose en un experto en griego clásico, latín, literatura romana y en la Biblia. Unía en su formación, los restos de un mundo que ya no existía. De esta época nace su vinculación con un extraño grupo de personas que integraban una fraternidad, cuyo nombre aún hoy permanece oculto y objeto de las conjeturas más inverosímiles. Algunos de sus integrantes más ancianos, habían llegado a Flandes a causa de la diáspora de los sabios bizantinos provocada por la caída de Constantinopla. Estos hombres profesaban en común, un sentimiento de añoranza de algo indefinido que denominaban: “antiguo orden secular”, que la iglesia nunca desarticuló. En este antiguo orden se tributaba un culto secreto a los clásicos paganos, que de esa forma se preservaron hasta el presente.
Los más jóvenes del grupo, entre quienes estaba Macropedius, compartían con igual intensidad estos sentimientos y añoranzas, aunque alimentados por su imaginación, dado nunca vivieron aquel orden salvo en la idealización de sus maestros. Macropedius, luego Mercator, Frisius y tantos otros se convirtieron en espíritus desterrados de su tiempo, guiados por los espectros de Virgilio, Cicerón, Séneca y de muchos otros herméticos autores. Algunos de sus manuscritos fueron rescatados de Alejandría y preservados en el Vaticano.
¿Qué tienen que ver Macropedius, Mercator y Frisius, con Américo Vespucci o el equivocado Waldseemüller? Para contestar esa pregunta debemos remontarnos a un encuentro fortuito de dos hombres. El mayor de ambos, deslumbrará al otro con sus conocimientos variados en múltiples disciplinas y se convertirá en su secreto mentor.
El episodio data probablemente de 1502, cuando a la edad de 15 años, Macropedius estuvo por unas semanas, en norte de Italia, en la ciudad de Bologna, donde había conocido a un cartógrafo e ingeniero militar florentino llamado Leonardo Da Vinci. Guardaría de por vida el secreto de esta vinculación tal vez por temor o por su seguridad. |
|
Da Vinci, tenía 50 años en aquel momento y estaba fatigado por las continuas convulsiones políticas de aquellos tiempos que no lograban encauzar el proyecto político de su antiguo y desaparecido protector Cosme de Médici. Muerto Cosme en 1464, había dejado a sus descendientes la orden, no siempre respetada, de proteger a Leonardo. Leonardo esperaba encontrarse con otro compatriota florentino en Bologna con quien debía cumplir una misión. Sin embargo y mientras lo esperaba en la docta Bolonga, el azar lo hizo coincidir con nuestro joven flamenco entonces llamado Jovis Van Lanckvelt (el futuro Macropedius). De sus largas conversaciones, escuchó con atención sus divagaciones musicales. Leonardo descubrió en el joven, un talento superlativo para las armonías musicales, un arte matemático que no había tenido tiempo de cultivar como habría querido, en razón de sus otras investigaciones.
La azarosa espera de Leonardo se transformó en una intensa amistad intelectual con Jovis, de la cual surgió una relación de maestro y alumno que culminó con un legado inesperado: los mapas que había conseguido de otro florentino, Américo Vespucio, quien en 1500 había viajado a una “terra Incógnita” que la posteridad recordará con su nombre. De esta forma cambió el destino del mundo, pues quien debía recibir esos mapas no era Jovis, sino un contacto diplomático de la República de Florencia; un espía cuyo nombre era Nicolás Maquiavelo. Nunca se supo qué rol tuvo Maquiavelo durante el gobierno florentino del pérfido fraile Savonarola ejecutado en1498; pero sí que luego de su caída fue asesor de Piero Soderini en 1502, el nuevo Confaloniero de la República Florentina.
Se especula que Maquiavelo, tenía la orden de pasar por Bologna con la misión de recuperar a cualquier costo los mapas de Américo para ofrecérselos al Rey de Francia Luis XII y a cambio de ello convencerlo de invadir la ciudad de Pisa.
Tal vez pensando el riesgo que significaba encontrarse con Maquiavelo Leonardo entregó los mapas al joven flamenco y lo inició tempranamente como miembro de una secreta hermandad cuya finalidad era unir al mundo en un nuevo propósito: revivir aquel idealizado “antiguo orden secular”, aún más añorado desde la caída de Bizancio. Nunca se supo qué pasó entre Leonardo y Maquiavello, pero Jovis convertido en Macropedius viajó repentinamente a su Flandes natal en donde lo esperaban algunos “hermanos” ya muy ancianos que terminarán de formarlo en los secretos ritos de la cofradía. Cuando el joven Jovis regresa a su tierra, ya como Macropedius reclutará a otros jóvenes brillantes entre los que figuran quienes serían luego Gerardus Mercator y Frisius entre otros.
Los mapas y otros manuscritos fueron custodiados por los miembros de la organización, pero ya era imposible guardar el secreto, la “Terra Incógnita” estaba a merced de los depredadores portugueses e ingleses que sólo buscaban oro y esclavos y que terminarían por destruir todo rastro del mayor misterio guardado por siglos: que la fraternidad ya habían estado allí en los años 1.100; que Cristóbal Colón había llegado antes de 1492 y que era miembro de la cofradía, que no hizo otra cosa que obtener los mapas para buscar al reino dorado y que para llegar al mismo había que “ascender al sur” ya que los primitivos mapas estaban invertidos. La verdadera identidad de Cristóbal Colón no se conoce, pero sí su relación con el Papa Inocencio VIII, otro cófrade de la hermandad y quien habría sido su verdadero padre, antes de ser consagrado sacerdote y en cuya tumba puede leerse: “Novis orbis suo aevo inventi Gloria” que traducido significa: “Suya es la gloria del descubrimiento del nuevo mundo”
Se dice que la Europa del alto medioevo estaba comenzando a ver la luz después de mil años de oscuridad. Para los cófrades se iniciaba la verdadera edad oscura si los conocimientos caían en manos equivocadas. La caída de la última Roma había producido la diáspora de los últimos custodios de los rollos alejandrinos, refugiados en Bizancio. La fraternidad estaba en peligro. Uno de sus últimos miembros, un discípulo de Macropedius, el cartógrafo Gerardus Mércator fue encarcelado por la inquisición en 1.544 durante siete meses; la iglesia también estaba infiltrada por los constructores del nuevo orden que estaba naciendo.
Algunos reyes europeos apenas habían asimilado que la tierra no era el centro del universo. Con el descubrimiento de la “terra incógnita”, los viajes realizados y los nuevos mapas les era difícil comprender que, en centro y sur del nuevo continente habían existido civilizaciones superiores, que contaban con acueductos, caminos, construcciones más avanzadas que las realizadas en Europa durante los últimos 1000 años y un cúmulo de conocimientos encriptados en signos que no comprendían y que por ello les provocaba pavor.
El inquisidor le había dicho a Gerardus Mercator:
-Te lo habíamos advertido, nada puede ser más grande…
A lo que el joven contestó:
-Haré lo posible, creo que puedo aumentar el tamaño de Europa, lo cual es una gran mentira, pero ni siquiera así será suficiente.
El infame torturador concluyó:
-Deja en nuestras manos y en nuestros ejércitos el resto. |
|
En 1569, casi 25 años después Gerardus Mercator realizó una proyección cartográfica cilíndrica cuya principal consecuencia es que las regiones del mundo no conservan las proporciones reales y exageran la superficie aparente de las tierras de Europa y el norte de América. Las palabras del inquisidor fueron proféticas. América del Norte fue ocupada y colonizada mediante el exterminio casi total de sus pueblos originarios. No así el Centro y Sur de la “Terra Incógnita” que si bien fue conquistado, también colonizado y mestizado por el último imperio cristiano de occidente; que ha sembrado sus vastos territorios de universidades, escuelas, cabildos e iglesias que proponían una visión más piadosa de la trascendencia que la que imponían los poderosos imperios originarios con su tributo de sangre filial exigido a los pueblos dominados. Con la gramática de Antonio de Nebrija y la Visión de Alfonso el Sabio, el gran imperio militar será cultural y una sola lengua unirá los pueblos y las culturas desde el río grande de la América del Norte, hasta la Tierra del Fuego. Unidad que se verá agredida desde entonces y hasta el presente.
Cuando en sus últimos días el anciano Gerardus Mercator recordaba con nostalgia a su maestro Macropedius, recitaba en latín los versos de su antiguo juramento
Ultima Cumaei venit iam carminis aetas;
magnus ab integro saeclorum nascitur ordo.
iam redit et Virgo, redeunt Saturnia regna,
iam nova progenies caelo demittitur alto. |
|
En la esperanza que se cumpla la profecía de los versos, que traducidos al español rezan: “Ya viene la última era de los cumanos versos: ya nace de lo profundo de los siglos un gran orden. Ya vuelve la Virgen, vuelven los reinados de Saturno; ya desciende del alto cielo una nueva progenie”.
Cuentan testigos, que sus últimas palabras fueron “arriba, allá en el sur, la oscura apostasía terminará”. |
|
|
|
OTROS MISTERIOS
|