Después de estas palabras, ambos se entregaron al sueño. Fue aquélla la última noche que pasaron juntos. Al siguiente día el desconocido partió, llevando consigo la bendición de Sosístrato, y no necesito deciros que, a pesar de sus buenas apariencias, aquel fingido peregrino era Satán en persona.
El proyecto del maligno fue sutil. Una preocupación tenaz asaltó desde aquella noche el espíritu del santo. ¡Bautizar la estatua de sal, liberar de su suplicio aquel espíritu encadenado! La caridad lo exigía, la razón argumentaba. En esta lucha transcurrieron meses, hasta que por fin el monje tuvo una visión. Un ángel se le apareció en sueños y le ordenó ejecutar el acto.
Sosístrato oró y ayunó tres días, y en la mañana del cuarto, apoyándose en su bordón de acacia, tomó, costeando el Jordán, la senda del Mar Muerto. La jornada no era larga, pero sus piernas cansadas apenas podían sostenerle. Así marchó durante dos días. Las fieles palomas continuaban alimentándole como de ordinario, y él rezaba mucho, profundamente, pues aquella resolución afligíale en extremo. Por fin, cuando sus pies iban a faltarle, las montañas se abrieron y el lago apareció.
Los esqueletos de las ciudades destruidas iban poco a poco desvaneciéndose. Algunas piedras quemadas, era todo lo que restaba ya: trozos de arcos, hileras de adobes carcomidos por la sal y cimentados en betún… El monje reparó apenas en semejantes restos, que procuró evitar a fin de que sus pies no se manchasen a su contacto. De repente, todo su viejo cuerpo tembló. Acababa de advertir hacia el sur, fuera ya de los escombros, en un recodo de las montañas desde el cual apenas se los percibía, la silueta de la estatua.
Bajo su manto petrificado que el tiempo había roído, era larga y fina como un fantasma. El sol brillaba con límpida incandescencia, calcinando las rocas, haciendo espejear la capa salobre que cubría las hojas de los terebintos. Aquellos arbustos, bajo la reverberación meridiana, parecían de plata. En el cielo no había una sola nube. Las aguas amargas dormían en su característica inmovilidad. Cuando el viento soplaba, podía escucharse en ellas, decían los peregrinos, cómo se lamentaban los espectros de las ciudades.
Sosístrato se aproximó a la estatua. El viajero había dicho verdad. Una humedad tibia cubría su rostro. Aquellos ojos blancos, aquellos labios blancos, estaban completamente inmóviles bajo la invasión de la piedra, en el sueño de sus siglos. Ni un indicio de vida salía de aquella roca. ¡El sol la quemaba con tenacidad implacable, siempre igual desde hacía miles de años, y sin embargo, esa efigie estaba viva puesto que sudaba! Semejante sueño resumía el misterio de los espantos bíblicos. La cólera de Jehová había pasado sobre aquel ser, espantosa amalgama de carne y de peñasco. ¿No era temeridad el intento de turbar ese sueño? ¿No caería el pecado de la mujer maldita sobre el insensato que procuraba redimirla? Despertar el misterio es una locura criminal, tal vez una tentación del infierno. Sosístrato, lleno de congoja, se arrodilló a orar en la sombra de un bosquecillo…
Cómo se verificó el acto, no os lo voy a decir. Sabed únicamente que cuando el agua sacramental cayó sobre la estatua, la sal se disolvió lentamente, y a los ojos del solitario apareció una mujer, vieja como la eternidad, envuelta en andrajos terribles, de una lividez de ceniza, flaca y temblorosa, llena de siglos. El monje que había visto al demonio sin miedo, sintió el pavor de aquella aparición. Era el pueblo réprobo lo que se levantaba en ella. ¡Esos ojos vieron la combustión de los azufres llovidos por la cólera divina sobre la ignominia de las ciudades; esos andrajos estaban tejidos con el pelo de los camellos de Lot; esos pies hollaron las cenizas del incendio del Eterno! Y la espantosa mujer le habló con su voz antigua. Ya no recordaba nada. Sólo una vaga visión del incendio, una sensación tenebrosa despertada a la vista de aquel mar. Su alma estaba vestida de confusión. Había dormido mucho, un sueño negro como el sepulcro. Sufría sin saber por qué, en aquella sumersión de pesadilla. Ese monje acababa de salvarla. Lo sentía. Era lo único claro en su visión reciente. Y el mar… el incendio… la catástrofe… las ciudades ardidas… todo aquello se desvanecía en una clarividente visión de muerte. Iba a morir. Estaba salvada, pues. ¡Y era el monje quien la había salvado!
Sosístrato temblaba, formidable. Una llama roja incendiaba sus pupilas. El pasado acababa de desvanecerse en él, como si el viento de fuego hubiera barrido su alma. Y sólo este convencimiento ocupaba su conciencia: ¡la mujer de Lot estaba allí! El sol descendía hacia las montañas. Púrpuras de incendio manchaban el horizonte. Los días trágicos revivían en aquel aparato de llamaradas. Era como una resurrección del castigo, reflejándose por segunda vez sobre las aguas del lago amargo. Sosístrato acababa de retroceder en los siglos. Recordaba. Había sido actor en la catástrofe. Y esa mujer… ¡esa mujer le era conocida!
Entonces un ansia espantosa le quemó las carnes. Su lengua habló, dirigiéndose a la espectral resucitada:
-Mujer, respóndeme una sola palabra.
-Habla… pregunta…
-¿Responderás?
-Sí, habla; ¡Me has salvado!
Los ojos del anacoreta brillaron, como si en ellos se concentrase el resplandor que incendiaba las montañas.
-Mujer, dime qué viste cuando tu rostro se volvió para mirar. Una voz anudada de angustia, le respondió:
-Oh, no… ¡Por Elohim, no quieras saberlo!
-¡Dime qué viste!
-No… no… ¡Sería el abismo!
-Yo quiero el abismo.
-Es la muerte…
-¡Dime qué viste!
-¡No puedo… no quiero!
-Yo te he salvado.
-No… no…
El sol acababa de ponerse.
-¡Habla!
La mujer se aproximó. Su voz parecía cubierta de polvo; se apagaba, se crepusculizaba, agonizando.
-¡Por las cenizas de tus padres!…
-¡Habla!
Entonces aquel espectro aproximó su boca al oído del cenobita, y dijo una palabra. Y Sosístrato, fulminado, anonadado, sin arrojar un grito, cayó muerto. Roguemos a Dios por su alma.
¿Quién Fue Leopoldo Lugones?
Leopoldo Lugones (1874-1938): Fue un escritor argentino nacido en la pequeña localidad de Villa de María del Río Seco ubicada al norte de la Provincia argentina de Córdoba. Su vida constituye, por sí misma, casi una novela gótica llena de misterios, que devino en tragedia. Considerado en su tiempo el más destacado intelectual de su generación y digno heredero de una tradición literaria antes engalanada por el controvertido Domingo Faustino Sarmiento, Paul Groussac, Amadeo Jaques y luego continuada por Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Ernesto Sábato y otros; su obra refleja la variedad y profundidad de una erudición, que discurre por la novela, el cuento, el ensayo, la poesía y el panfleto político.
Sin embargo, su personalidad fue problemática y vacilante, lo que se evidencia en sus devaneos políticos, religiosos e ideológicos que lo llevaron a participar de centros ateos, anarquistas, socialistas, liberales, conservadores, religiosos y finalmente fascistas a la par de oponerse al antisemitismo tan en boga en su época; ello sin perjuicio de haber integrado la Sociedad Teosófica y la Masonería, además de mostrar un marcado interés por el ocultismo y simultáneamente cartearse de manera personal con Albert Einstein, intercambiando sus diferentes puntos de vista sobre distintas cuestiones humanísticas e incluso científicas. Llegó a invitar al gran científico alemán y fue su guía en Argentina y Uruguay.
Cuando su familia se mudó a la ciudad de Córdoba, siendo él un niño, ingresó al centenario Colegio Montserrat, donde cursó parte de la secundaria; estudios que nunca llegó a concluir transformándose en un autodidacta. Posteriormente se traslada a Buenos Aires ya casado y con su único hijo Leopoldo Lugones (h), también conocido como “Polito” quien tuvo el triste honor en la década del ’30 del siglo XX de ser el inventor de la “picana”. La vocación de Polito no eran las letras, sino las armas. Quería ser policía. La picana es un instrumento de tortura utilizado por la Policía Argentina y luego generalizado en todas las fuerzas de seguridad del planeta, para desgracia de sus víctimas. “Polito” Lugones llegaría a ser Comisario Inspector de la Policía, durante la primera dictadura militar argentina del siglo XX, perpetrada por el Gral. José Félix Uriburu.
Antes de ser policía, había sido acusado de abusar a menores que estaban bajo su responsabilidad, delitos por los que nunca fue juzgado; pues se afirma que su padre, el escritor, intercedió frente a funcionarios del entonces Presidente Constitucional Hipólito Yrigoyen, pero ello no se puede demostrar, pues éste gobierno terminaría abruptamente y las investigaciones serían archivadas en Tribunales con posterioridad. Según una leyenda urbana nunca demostrada, Yriyoyen ya debilitado por la vejez y rodeado de una camarilla decadente que le ocultaba la realidad y le imprimía diarios falsos, estaba senil. La verdad es otra y es que este Presidente quería nacionalizar el petróleo y ésta es la razón por la cual, la prensa del momento le hizo una tremenda campaña de desprestigio y mentiras en su contra, hasta que el ejército lo depuso con el primer golpe militar del siglo XX. El hijo de Lugones habría sido uno de los principales promotores del golpe contra Yrigoyen y luego fue nombrado comisario por el presidente de Facto Uriburu.
Quienes conocieron personalmente al escritor y fueron testigos de sus devaneos socialistas, anarquistas y ocultistas, se preguntan en qué momento la mente del escritor pactó con el mal o qué razones lo llevaron al extravío que lo impulsó a ser uno de los ideólogos del nefasto derrocamiento del Gobierno Constitucional de Yrigoyen, sobre todo cuando publicó “La Hora de la Espada” un panfleto político antidemocrático. Otros consideran que siempre fue igual de oscuro. Pero cualquiera fuere la verdad, sus propias decisiones lo llevaron a tener un trágico final.
Lugones padre, discurrió como un extraordinario autodidacta por el más amplio arco del pensamiento que uno pudiera imaginarse y poseyó una erudición formidable no sólo en humanidades sino en ciencias. Traducía jeroglíficos, era políglota, conocía idiomas lejanos y viajó por el mundo como diplomático para terminar siendo en un escritor universal cuyas fuentes abrevan en todas las tradiciones del mundo, por lo que muchos lo consideran el predecesor de la literatura de Jorge Luis Borges (por otro lado su lejano sucesor como Director de la Biblioteca Nacional). Luego de todos estos antecedentes, devino en un pensador colérico y ultraconservador cuyo talento comenzó a inspirar a quienes impulsaban una férrea dictadura en el país.
Quienes crean en la ley del karma, podrán adjudicarle a ésta lo que le deparó el destino a Leopoldo Lugones. Cuando se enteró que su mejor amigo -el escritor uruguayo Horacio Quiroga- se quitó la vida bebiendo un vaso con cianuro en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires la madrugada del 19 de febrero de 1937; se enojó tanto, que tuvo un comentario despectivo acusándolo de haber elegido “la muerte de las sirvientas”. En sus últimos años pregonó las costumbres conservadoras y ultra católicas, pero se enamoró perdidamente de una hermosa joven que lo cautivó mientras él daba conferencias en la Universidad de Buenos Aires. Descubierto por los servicios de inteligencia que había instaurado su hijo, éste lo amenazó con destruir a la joven en su reputación y si era necesario de cualquier otra forma. No tuvo más remedio que renunciar a ella. Finalmente esta circunstancia lo llevó a la depresión y al suicidio, ocurrido exactamente un año después que el de su amigo Horacio Quiroga y a la misma hora; una madrugada del 19 de febrero de 1938, ocasión en la que bebió… un vaso de cianuro, eligiendo también y según sus propias palabras dedicadas a Quiroga “la muerte de las sirvientas”.
La tragedia siguió acompañando a la descendencia de Leopoldo Lugones. La hija de Polo y nieta del escritor; que había heredado los dones poéticos y narrativos de su abuelo y que fue escritora, periodista, editora y traductora, renegó de las ideas de su padre y decidió militar en el Peronismo de la resistencia durante la proscripción del movimiento peronista, primero lo hizo en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego en Montoneros, ambos grupos guerrilleros que integraban el complejo universo peronista de aquellos años. Quiso el destino reservarle una trampa mortal. El inicial grupo de jóvenes de acción católica que fundaron el movimiento peronista montonero de tinte nacionalista y popular; fue infiltrado por sectores de inteligencia que entregaron a sus compañeros y paradójicamente, recibieron financiamiento y ayuda de la embajada británica, siempre presta a favorecer le desorden interno de la nación.
Quiso también el destino que Susana Lugones Aguirre (hija de un torturador y nieta del gran poeta por parte de padre y del gran músico Julián Aguirre por parte de madre); apodada Pirí Lugones; fuera secuestrada y torturada por la dictadura instaurada entre 1976 y 1983; con el mismo instrumento nefasto que había fabricado su padre; para luego ser arrojado su cuerpo al Rio de la Plata en los tristemente célebres “Vuelos de la Muerte”, muchos estiman que murió un poco antes del Mundial de Fútbol que se jugó en Argentina en 1978. A la tragedia de un escritor y a sus contradicciones hoy sólo nos queda su obra y las estrofas de versos impregnados de melancolía que rezan:
“Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería….”
Tal vez dedicados a un amor imposible, a esa niña amenazada por su hijo policía. Lugones muere en tigre el 18 de febrero de 1938. Su hijo Polo Lugones llegó a ser jefe de la policía del presidente de facto José Félix Uriburu y se especializó en métodos de tortura. Su nieta “Piri” Lugones, murió torturada por el instrumento que había inventado su padre unos años atrás. Hoy, de Leopoldo Lugones (padre) sólo queda una obra literaria maravillosa y el misterio inexplicable de cómo un alma tan atormentada pudo por momentos tener una inspiración literaria tan excelsa.
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