El Pueblo Blanco
[Arthur Machen] -Hechicería y santidad, -dijo Ambrose-, estas son las únicas realidades. Cada una es un éxtasis, un alejamiento de la vida común.
Cotgrave escuchaba interesado. Había sido traído por un amigo a esta ruinosa casa en el suburbio del norte a través de un viejo jardín; hasta la habitación donde Ambrose, recluso, dormitaba y soñaba sobre sus libros.
-Sí -prosiguió-, la magia se justifica por sus retoños. Hay muchos, creo yo, que comen costras secas y beben simple agua, con un goce infinitamente superior a cualquier cosa al alcance del epicúreo “práctico”.
-¿Habla usted de los santos?
-Sí, y de los pecadores también. Pienso que está usted cayendo en el muy difundido error de confinar el alcance del mundo espiritual tan sólo a los supremamente buenos; pero los supremamente malos, necesariamente, participan también de él. El hombre meramente carnal, concupiscente, no puede ser un verdadero pecador, de la misma manera que no puede alcanzar la santidad. La mayoría somos simplemente indiferentes, criaturas mixtas, andamos a tientas por el mundo sin darnos cuenta del significado y del sentido interno de las cosas; y, consecuentemente, nuestra bondad o nuestra malignidad son fútiles, de segunda clase.
-¿Y usted cree, entonces, que el verdadero pecador sería un asceta, al igual que el verdadero santo?
-Los individuos notables, de todo género, abandonan siempre las copias imperfectas en su búsqueda por la perfección del original. No dudo en lo absoluto que muchos de los más grandes entre los santos nunca realizaron una “buena acción” (usando las palabras en su sentido ordinario). Y, por el otro lado, ha habido quienes han sondeado en las mismas profundidades del Pecado, sin haber realizado en toda su vida un “acto perverso”.
Salió del cuarto por un momento, y Cotgrave, grandemente entusiasmado, se volvió hacia su amigo y le agradeció por la presentación.
-Es grande –dijo- nunca antes había visto esta clase de lunático.
Ambrose regresó con más whisky y sirvió liberalmente en las copas de los dos hombres. Injurió furiosamente la secta de los abstemios, al tiempo que alargaba la botella de Seltz, y, sirviendo para sí mismo un vaso de agua, se disponía a reanudar su monólogo, cuando Cotgrave le interrumpió.
-No puedo tolerarlo, -dijo- sus paradojas son demasiado monstruosas. Un hombre puede ser un verdadero pecador y sin embargo nunca haber realizado un acto pecaminoso. ¡Por favor!
-Está usted completamente equivocado, -dijo Ambrose- yo nunca construyo paradojas, desearía poder hacerlo. Simplemente he dicho que un hombre puede tener un exquisito gusto para el Romanée Conti, y sin embargo, nunca haber olido siquiera la cerveza barata. Eso es todo, y eso es más un lugar común que una paradoja, ¿no es cierto? Su sorpresa ante mi observación se debe al hecho de que usted no se ha dado cuenta de lo que el pecado es realmente. Sí, claro; existe cierta conexión entre el Pecado con mayúsculas, y las acciones comúnmente catalogadas pecaminosas: como el asesinato, el robo, el adulterio. La misma conexión que hay entre el alfabeto y la alta literatura. Pero yo creo que este equívoco, este universal equívoco, surge en gran medida de nuestro empeño en mirar la cuestión desde una perspectiva social. Pensamos que un hombre que nos causa mal a nosotros y a nuestros vecinos debe ser maligno. Y lo es, desde el punto de vista social; pero, ¿no puede usted darse cuenta de que el Mal es, en su esencia, un asunto eremítico, una pasión de las almas individuales, solitarias? Realmente, el asesino promedio, en tanto que asesino, no es de ninguna manera un pecador en el verdadero sentido de la palabra. Es simplemente una bestia salvaje, de la que tenemos que librarnos en orden de mantener nuestros cuellos fuera del alcance de su cuchillo. Yo lo agruparía más entre los tigres que entre los pecadores.
-Eso parece un tanto extraño.
-Yo no lo creo. El asesino no mata impulsado por cualidades positivas, sino por negativas; carece de algo que las personas normales poseen. El Mal, por supuesto, es enteramente positivo; sólo que los es en el sentido equivocado. Usted puede fiarse de mí cuando le digo que el pecado en sentido estricto es algo realmente raro, es probable que haya habido menos pecadores que santos. Sí, su punto de vista funciona muy bien para propósitos prácticos, sociales; estamos inclinados naturalmente a creer que alguien que nos es repugnante debe ser un gran pecador. En verdad, se trata meramente un hombre no desarrollado. No puede ser un santo, desde luego; pero puede ser, y muchas veces los es, una criatura infinitamente mejor que los miles que nunca han roto un solo mandamiento. Es una gran molestia para nosotros, lo admito, y lo mantenemos justamente encerrado si llegamos a atraparlo; pero entre esa acción problemática y antisocial y el Mal, me temo que la conexión es de lo más débil.
Se estaba haciendo tarde. El hombre que había traído a Cotgrave probablemente ya había oído todo esto antes, dado que escuchaba con una blanda y juiciosa sonrisa, pero Cotgrave comenzaba a pensar que este “lunático” estaba transformándose en sabio ante sus ojos.
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-¿Sabe?, -dijo- Usted me interesa inmensamente. ¿Cree usted entonces que no comprendemos la verdadera naturaleza del Mal?
-No, me parece que no. Lo sobrestimamos y lo subestimamos. Consideramos las numerosas infracciones de nuestras leyes sociales (las muy necesarias y muy apropiadas regulaciones que mantienen la sociedad unida), y nos asustamos por la incidencia del “pecado” y del “mal”. Pero esto es un contrasentido. Tomemos el robo por ejemplo. ¿Le causa usted algún horror pensar en Robin Hood, en las Cateranos de las Tierras Altas del siglo XVII, en los soldados del pantano o en los promotores de compañía de nuestros días? Y, por el otro lado, subestimamos el Mal. Le otorgamos tan enorme importancia al “pecado” de entrometimiento con nuestros bolsillos (o con nuestras esposas), que hemos olvidado completamente el horror del verdadero pecado.
-Y ¿qué es el pecado?, -dijo Cotgrave.
-Me parece que he de contestar a su pregunta con otra. ¿Cuáles serían sus sentimientos, hablando seriamente, si su gato o su perro comenzaran a conversar con usted, y a discutir con acentos humanos? El horror le abrumaría. Estoy seguro de ello. Y si las rosas de su jardín comenzaran a cantar una extraña canción, usted perdería la razón. E imagine que las piedras del camino comenzaran a hincharse y a crecer ante sus ojos, ¿y si un guijarro que usted hubiera observado durante la noche, disparara rocosos capullos por la mañana? Pues bien, estos ejemplos pueden darle una noción acerca de lo que el pecado es realmente.
-¡Miren nada más!, dijo el tercer hombre, hasta entonces tranquilo-. Ustedes dos lucen bastante enfrascados en su conversación. Pero yo me marcho. Ya he perdido el tranvía y tendré que caminar.
Ambrose y Cotgrave parecieron relajarse más profundamente cuando el otro se hubo marchado, atravesando la prematura niebla de la madrugada bajo el brillo las lámparas.
-Usted me deja perplejo; -dijo Cotgrave- Nunca había pensado en estas cosas. Si es realmente así, uno debe invertirlo todo. Entonces la esencia del pecado realmente consiste.
-En la usurpación del Paraíso por la fuerza, me parece; -dijo Ambrose- En mi opinión es simplemente un intento por acceder a una esfera más elevada por vías prohibidas. |
Ahora puede entender porque es tan raro. Hay verdaderamente, muy pocas personas que deseen penetrar en otras esferas, bajas o altas, por vías autorizadas o prohibidas. Por lo tanto existen pocos santos; y, propiamente hablando, muchos menos pecadores; y los hombres de genio que participen de cualquiera de estas disposiciones, son también raros. Sí; considerándolo todo, es tal vez más difícil ser un verdadero pecador que un verdadero santo.
-¿Hay algo profundamente antinatural en el Pecado? ¿Es lo que usted está tratando de decir?
-Exactamente. La Beatitud requiere esfuerzos tan grandes, o casi tan grandes como el Pecado; pero la Beatitud opera sobre líneas que fueron naturales una vez, es un esfuerzo por recuperar el éxtasis anterior a la Caída. El Pecado, en cambio, es un esfuerzo por apoderarse de éxtasis y conocimientos que pertenecen sólo a los ángeles; y en la consecución de este esfuerzo, el hombre se convierte en demonio. Le comenté antes que el asesino no es ‘per se’ un pecador, eso es verdad, pero el pecador también es asesino algunas veces. Gilles de Rais es un ejemplo. Y así, puede usted ver que, aunque tanto el Bien como el Mal sean antinaturales para el hombre tal como es ahora (el hombre civilizado, el ente social), el Mal lo es un sentido mucho más profundo. El santo se afana por recuperar un bien que ha perdido, el pecador intenta alcanzar algo que nunca le perteneció. En breve: él, repite la caída…
Arthur Machen fue un escritor galés nacido en 1863 y fallecido en 1947. Su obra se inscribe en el género del Terror Fantástico que encuentra raíces en las mitologías y tradiciones celta, romana y medieval; sin embargo, puede afirmarse que su proximidad a la literatura no se limita al mero ejercicio del oficio de escribir e imaginar historias sino que se tradujo en una actitud frente a la vida, que le granjeó no pocas experiencias que hubieran sido materia de narraciones tan intensas como las que plasmó en el papel.
Actor trashumante y periodista corresponsal de guerra, tuvo trabajos siempre vinculados a la literatura como el de lector de manuscritos del editor Ernest Benn. Desde el principio de su carrera literaria Machen expuso en sus obras sus creencias místicas de que, más allá de lo existente en el mundo ordinario se esconde otro mundo misterioso y extraño que quebranta las leyes de la lógica y la razón cotidianas. Fue iniciado en la “Hermetic Order of the Golden Down” (Orden Hermética de la Aurora Dorada) extraña organización ocultista integrada por escritores notables irlandeses como Bram Stoker (autor de Drácula), el poeta y Premio Nobel William Butler Yeats, el dramaturgo y también Premio Nobel George Bernard Shaw. Mucho antes habían pertenecido a esta orden la escritora británica Mary Shelley (autora de Frankestein o el moderno prometeo), el escritor, pintor y ocultista británico William Blake, entre otros notables.
Entre las obras más representativas se encuentran “Los tres impostores”, “El Gran Dios Pan” y “El Pueblo Blanco”, siendo la segunda de ellas considerada el mejor relato fantástico jamás escrito; aunque su legado es vasto y muchos agregan a esta lista muchas otras obras de Machen como por ejemplo “Vinum Sabbati” o “El sello negro”.
Considerado como un escritor de culto, nunca tuvo fama duradera en vida, salvo por un breve período en el que como corresponsal de guerra de la primera guerra mundial, escribió la crónica de “Los Ángeles de Moon”, en la cual relataba que las tropas británicas fueron asistidas por entidades angélicas en una batalla decisiva y miles de personas atestiguaron los hechos narrados.
En su ocaso y luego de terminada la segunda guerra mundial fue acusado de filonazi por su pertenencia a la orden hermética de la Aurora Dorada, lo que le valió en los hechos el ostracismo; circunstancia de la cual fue protegido por un grupo de importantes escritores que le ayudaron dándole una casa y financiando sus gastos; ellos hicieron de sus dos últimos años un oasis de paz y tranquilidad hasta su muerte a la longeva edad de 88 años, ocurrida en 1947. |
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