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El Reino Perdido del Preste Juan

Por Silvio Marcelo Dall'Ara

Anónima: Archivo de la Biblioteca Digital Gallica disponible ID digital btv1b52000858n/f59. Dominio Público.
Anónima: Archivo de la Biblioteca Digital Gallica disponible ID digital btv1b52000858n/f59. Dominio Público.

[Silvio Marcelo Dall'Ara] Cuenta la Leyenda Cristiana que, en las vísperas del nacimiento de Jesús, unos Magos del Oriente guiados por la Estrella de Belén buscaban al niño que estaba destinado a ser el Mesías y el Salvador de los hombres. Venían de un desconocido reino para rendirle homenaje y ofrendarle oro incienso y mirra.

No se saben cuántos magos eran, pues diferentes relatos hablan de tres, cuatro, nueve y hasta doce, como las tribus de Israel. En los Evangelios Canónicos sólo son mencionados en el de Mateo y allí no se precisa ni su número, ni sus nombres ni tampoco si eran Reyes. Sólo señala que vinieron unos Magos, palabra que encuentra su origen en la antigua lengua persa y que sonaba más o menos como ma gu sha que significa sacerdote y que luego fue magi, vocablo que los griegos pronunciaron como μάγος (magós) y los romanos en su latín como magus y magui, para finalmente quedar en español como mago.

Los magi o magos eran en Persia los custodios de la tradición oral del profeta Zoroastro o Zaratustra y se consideraban sabios por preservar en su memoria las enseñanzas de su Maestro, reveladas a él por el único creador del universo al que llamaban Aura Mazda. Siglos después, parte de estas enseñanzas fueron transcriptas en el Zend Avesta. No se sabe cuántos Magos arribaron a Belén; ni cómo se enteraron del nacimiento de Jesús, no se sabe con certeza desde dónde llegaron. Son diversas y variadas las versiones de su origen y podríamos ubicarlo señalando cualquiera de los puntos cardinales. Sólo se sabe que el lejano e ignoto reino que los vio nacer, mucho tiempo después, será el último destino del Preste Juan.

Pero ¿Quién es el Preste Juan? Para algunos, Juan el Apóstol, el más joven de los discípulos de Jesús y el más cercano junto a Pedro y Santiago. Para la tradición cristiana el Apóstol Juan, es también, el Evangelista del cuarto de los libros canónicos del Nuevo Testamento: el “Evangelio de San Juan” y; por último, también sería el mismo Juan, quien en su madurez habría escrito el “Libro de las Revelaciones” o “Apocalipsis” y las tres cartas Joánicas del Nuevo Testamento. Teniendo en cuenta la filiación que le asigna la escritura, sería el hijo de Zebedeo y el hermano menor de Santiago.

Juan no había nacido cuando los Magos llegaron a Belén, pues la tradición lo hace menor que Jesús unos seis o más años. Pero… ¿Por qué se relaciona a Juan con los Magos del Oriente? Si bien poco se sabe del destino de los Magos después de la primera epifanía y menos todavía en el momento de la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús; sí se conoce que Juan estuvo en la última cena, luego a los pies de la cruz junto a María y también en la resurrección.

Según una tradición oral adjudicada al Apóstol Tomás, tres de los Magos habrían viajado por el África y luego de bautizarse, habrían sido consagrados obispos en el Reino de Saba. También se habla de su posterior martirio y muerte alrededor del año 70. Si los Magos eran cuatro, nueve o doce, casi ningún otro rastro lo atestigua; salvo rumores anónimos repetidos en cantares y leyendas que los juglares deformaron con el tiempo y que dan cuenta, de algunos extraños peregrinos que buscaban a su Patria sin poder encontrar nunca el camino de regreso.

Más de doscientos años después del martirio y muerte de los tres obispos de Saba; Elena de Constantinopla, que peregrinaba por las provincias orientales del Imperio en busca de reliquias cristianas, decide viajar al viejo reino africano, al haber escuchado que aquellos Obispos mártires eran los Magos de la primera epifanía. Al llegar encontró tres cuerpos coronados vestidos como Reyes y adjudicándoles la identidad deseada, se los llevó a Constantinopla. Hoy descansan en Colonia, luego de que Federico I Barbarroja los trasladara en el Siglo XII.

Es probable que los Magos nunca regresaran al Oriente. Al menos tres podrían descansar en Alemania, o tal vez ninguno. Esta primera epifanía inspiró historias diversas, como la narrada por el Clérigo y Teólogo Henry Van Dyke en el siglo XIX, que imaginó un cuarto Mago llamado Artabán, quien habiéndose extraviado en el camino a Belén, transitó su propio calvario buscando al Rey de los Judíos durante más treinta años de sufrimientos, privaciones y prisión; para finamente encontrarlo un oscuro viernes en la Cruz. Habiendo sido siempre un hombre bueno y justo en su largo caminar, había utilizado las ofrendas que traía al redentor para evitar el hambre, el frío, el dolor y la prisión de sus semejantes. Al verlo crucificado sólo atinó a pedirle perdón por su fracaso, presintiendo su propio final. Comenzó a descender de la colina, pero cayó rendido en el camino. El anciano se supo moribundo, cerró sus ojos y en el sueño de su muerte Jesús se le aparece y le dice:

-“Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”.
-Pero… ¿En qué momento hice tal cosa?... pensó Artabán, y la voz de Jesús le contestó:
-“Cuando lo hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí.”


En ese momento Artabán falleció y ascendió a los cielos junto al Padre Celestial.

Tradiciones no canónicas sobre el Martirio de los Magos relatan que, en su hora final, sólo rezaron pidiéndole al Señor que lleve su luz a la lejana Patria del Oriente que habían dejado; para que los suyos sanen de las heridas del alma provocadas por su ausencia. De Juan poco se sabe después de la muerte y resurrección de Jesús, pudo haber participado del Concilio de Jerusalén hasta el año 50, no es mencionado en el martirio de su hermano mayor Santiago; otros lo dan por muerto en el año 70 en Palestina. También se dice que el joven Juan de la última cena, es el Juan anciano de las siete iglesias del Apocalipsis a las que Jesús, por su intermedio, les envió siete mensajes de advertencia. Se dijo de su martirio y muerte, pero en la griega isla de Patmos, aunque siempre… sin certezas. Podemos también imaginarlo peregrino como lo fueron los Magos que llegaron a Belén y transitando los oscuros caminos del mundo bajo la luz invisible de su fe y tal vez desandando la senda que recorrieron los Magos para cumplir con el último de sus deseos, por orden del Señor.

Aquel al que llamaban el Amado, el de los Evangelios, el del Apocalipsis y el Peregrino; hoy podría ser, según las escrituras, Juan el que espera por voluntad de la Divina Providencia. Un diálogo de Pedro con Jesús, antes de la última cena, parece aseverarlo. Al llegar Pedro al cenáculo, vio al Maestro con Juan y señalando al Joven discípulo, le preguntó a Jesús:

-“Señor, y éste, ¿Qué?”
Y Jesús le respondió:
-“Si quiero que se quede hasta que vuelva ¿Qué te importa? Tú, sígueme.”

Los apóstoles entendieron que uno de ellos debía quedarse hasta el regreso del Mesías y que ése era Juan el Amado; destinado a peregrinar por muchos años y por fin arribar por la Voluntad Divina, al lejano reino de los Magos del Oriente en los confines de la Tierra; con la misión de sanar las heridas de sus gentes y gobernar con amor en aquel mundo terrenal, en paz y armonía hasta el fin de los tiempos.

 

 

 

 

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