Los prófugos fueron traicionados por el mismo moro que debía conducirlos a Orán como escala previa a su regreso y cuando estaba de vigía en la entrada de la caverna fue capturado, encadenado y devuelto a Argel junto a sus compañeros. El viejo cartapacio quedó oculto en la caverna. No mataron a Cervantes por la creencia errónea de que era una persona importante y aumentaron el recate que pedían por él. Su madre había reunido dinero para rescatar a sus dos hijos, Miguel y Rodrigo, pero la cantidad era insuficiente para ambos y Miguel tomó la decisión de liberar a su hermano Rodrigo, encargándole la misión de rescatar el cartapacio de las cuevas y llevarlo a España, ordenándole que no lo abra ni lo muestre y se lo entregue a un sacerdote indicado por Miguel. Rodrigo cumplió su promesa y el libro llegó a España.
Otros tres intentos de fuga hicieron que el Gobernador turco de la región, Azán Bajá lo envíe directamente a Constantinopla, lugar del que ya no pudo escapar. Finalmente fue rescatado, previo pago de dinero trabajosamente conseguido por su familia y por mediación de dos Frailes Trinitarios. Volvió a España el 24 de octubre de 1580.
Cervantes tradujo el Kitab Al-Azif, expresión onomatopéyica usada en el idioma de Alá, para indicar el sonido que hacen los insectos por la noche; muy similar al que producen los demonios en el desierto. Cervantes tituló su traducción de manera muy críptica “El libro de los nombres extraviados”, que sugiere el poder de las palabras contenidas en este grimorio para evocar y controlar entidades de otras dimensiones que fueron expulsadas de este mundo y que indefectiblemente volverán.
Con la versión en español, serían sólo dos las traducciones directas del original que se conocen del Necronomicón, junto a la griega, ya que la latina fue traducida de esta última. Cervantes aprendió el idioma árabe en sus años de cautiverio y hace en su obra magna alusión a la cultura árabe cuando dice haber encontrado en el barrio del Alcaná en la ciudad española de Toledo el manuscrito de Cide Hamete Benengeli, en el que se relata la historia de Don Quijote desde el capítulo nueve. También agrega que había buscado un moro traductor
“Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír”.
“Cuando yo oí decir ‘Dulcinea del Toboso’, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de Don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro, y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. |
En estos fragmentos afirma con humor necesitar un traductor, pero se sabe que, durante varios años trabajó en los pergaminos del cartapacio, que contenían grafías árabes, otras ininteligibles que finalmente descifró y extraños dibujos que él mismo reprodujo. Tal fue su obsesión, que descuidó su última obra “Los trabajos de Perciles y Sigsimunda” dejado sin pulir ni corregir los pasajes finales de esa novela para terminar la traducción del Kitab Al-Asif antes de su muerte en 1616. Sobre la versión original, se sabe que por decisión del escritor fue dejada al cuidado de un tal Cardenal Sandoval.
En Europa, John Dee, el nigromante consejero de la Reina Isabel de Inglaterra, lo habría traducido de una versión latina de segunda mano al inglés, probablemente un poco antes de su muerte acaecida en 1608. Con posterioridad el impostor inglés Aliester Crownley se adjudica una versión del Necronomicón pueril y vulgar con meros fines comerciales, iniciando una remanida tradición de apócrifos para captar incautos.
De la traducción cervantina poco se sabe. Sin embargo, una versión manuscrita en español de más de mil hojas reunidas en un enorme cartapacio, apareció en el Río de la Plata en un convento que había sido construido sobre planos de los Jesuitas Juan Bautista Prímoli y Andrés Bianchi. Se sabe que, luego de muchos avatares, parte de las celdas de este convento y la iglesia anexa habían sido terminadas un 25 de mayo de 1745. En el convento se instalaron religiosas de la Orden de Santa Catalina de Siena que vinieron de la ciudad argentina de Córdoba. La iglesia quedó a cargo del Obispo Fray José de Peralta Rocha y Barrionuevo, quien habría ordenado a las religiosas la custodia de los manuscritos, los que fueron encuadernados prolijamente en un enorme códice por ellas mismas. La tarea de encuadernar las hojas trastornó a algunas hermanas que terminaron en un hospicio y eventos extraños hicieron que las religiosas pidieran al Obispo que las libere de la custodia del gigante códice terminado. El Obispo tomó la decisión de trasladar el libro al Colegio Jesuítico de San Ignacio donde habría sido escondido en un sótano debajo del altar. ¿Será ésta la traducción de Cervantes?
En Buenos Aires no había universidad durante el Virreinato. Sólo existía el Colegio Jesuítico de San Ignacio, que fue desmantelado luego de la expulsión de los jesuitas en 1767 y 1768. El Virrey Vértiz, en 1777 propuso la creación de una universidad para preservar y aprovechar las instalaciones y la biblioteca del Colegio jesuítico. La Universidad de Buenos Aires recién se crea en 1821, bajo el gobierno de Martín Rodríguez, ya independizadas las Provincias Unidas del Río de la Plata. La universidad se edificó sobre las bases del antiguo Colegio San Ignacio y habría heredado su capilla y su biblioteca. Durante las reformas edilicias que se hicieron para crear la universidad, es probable que hayan encontrado el libro, ya que aparecía indexado en los catálogos de la biblioteca bajo el nombre “El Libro de los Nombres Extraviados”, si es que se trata de la traducción cervantina, se ignora cómo pudo llegar a Buenos Aires.
Jorge Luis Borges, director de la Biblioteca Nacional de Argentina entre 1955 y 1973, cuya sede quedaba en la calle México 564 de la Ciudad de Buenos Aires, habría catalogado el Necronomicón a fines de la década del 50 del siglo pasado. Quienes lo conocían pensaban que este fichaje era producto de su sentido del humor. Existe una creencia extendida en el mundo de las letras en Argentina, que Borges habría publicado un breve ensayo sobre el Kitab Al-Azif o Necronomicón titulado “El rumor de los insectos por la noche”, cuyas ediciones habrían sido retiradas y escondidas detrás de un falso muro en el nuevo edificio, después de la mudanza ¿El escritor habrá tenido acceso a la traducción de Cervantes para escribir su ensayo? Fue la época en la que Borges comenzó a quedar ciego. No se ha encontrado ningún ejemplar de su libro. Una película argentina sobre el Necronomicón, dirigida por Marcelo Shaptes, aborda esta tesis. Otros piensan que todo esto es una fabulación inspirada en otra fabulación, la del genial H. P. Lovecraft.
Ejemplar de utilería de la película Necronomicón dirigida por Marcelo Shaptes
|